Alejandro Jodorowsky: ¡Bienaventurado aquel que actúa con amor sin preocuparse de lo que va a obtener con su acción! El libro sagrado hindú “La Bhagavadghita” dice: “Piensa en la obra y no en su fruto”. Mientras persigues iluminarte, con el secreto deseo de ser admirado, vives en la oscuridad. Sólo se logra la Verdad interior, mediante el total desprendimiento.
Esta fábula puede ser útil:
Un rey quiso aprender el arte de tiro con arco. Sus ministros convocaron a todos los campeones: los que lanzaban más flechas por minuto, los que llegaban más lejos, los que daban en el blanco con los ojos cerrados, los que cazaban pájaros en pleno vuelo, etc… Todos se jactaban de ser infalibles y ninguno erró una flecha. El rey consideró Maestros a esos guerreros que adornaban el real jardín con sus armas multicolores. Pero de pronto una brisa comenzó a corretear entre las hojas para hacerse cada vez más insidiosa. Volaron paños recamados, abanicos de marfil, trenzas empapadas en esencia de sándalo. ¡La juguetona serpiente se hizo ventarrón! Los arqueros cesaron sus ejercicios en espera de un tiempo más propicio. El rey se sintió decepcionado: él quería un Maestro que no fallara nunca, aun en medio de un ciclón. ¡Le dijeron que eso era imposible! El monarca suspendió la fiesta y cayó en un estado melancólico del que sólo pudieron sacarlo con la presentación de un séquito que lo acompañaría por el reino para ayudarlo a encontrar a tal hombre… Recorrieron las provincias sin obtener resultados, hasta que un día un campesino les dijo que conocía un arquero que no fallaba ni en medio de un huracán. Reverente, llevó al rey a una aldea donde éste encontró a un luminoso anciano que manejaba un arco que un gigante no podría tensar. El arma brillaba, pulida por sus amorosas y arrugadas manos. Las flechas parecían joyas. El rey le pidió su secreto y el arquero se lo dio: “¡Aún en medio de vientos furiosos, siempre doy en el blanco porque no tengo blanco! Me preocupo sólo de la flecha, la que lanzo con toda la dedicación y belleza que mi alma pueda obtener. El tiro es perfecto y, como no tengo finalidad, hacia donde quiera que lance la flecha y donde quiera que ella caiga, siempre da en el blanco.”
El rey se arrodilló ante él y se hizo su discípulo.