Luis Ricardo Falero (1851-1896)
Óleo sobre lienzo. 1878. 145 x 118 cms
Este precioso y enorme lienzo de un pintor español poco conocido en España pasa por tener dos títulos, aunque su autor nunca los titulaba, y una historia dramática que bien puede compararse con la del pintor que lo hizo. El cuadro, que ha sido subastado dos veces en los últimos años (el 18 de octubre 2000 y el 28 octubre de 2003, exactamente mientras el gobierno español se miraba el ombligo), salió la última vez a puja en Sotheby’s (donde actualmente se subastan siete obras suyas) con una estimación de cien a ciento cincuenta mil dólares, una ganga como quien dice, teniendo en cuenta que no tenemos en nuestro país ni una sola obra de este ‘inFausto’ pintor, cuyas historias, la que cuenta el cuadro y la del pintor, no os podéis perder:
No me queda claro dónde narices nació Luisito Ricardo Falero, (Ricardo es apellido) unos dicen que en Toledo y otros que en Granada. Tampoco importa mucho, la verdad, aunque sí parece que fue en 1851. Era un niño listo, prodigio decía mamá porque le gustaban los dibujos que hacía, y ya se sabe que que es más fácil ser prodigio cuando tus padres tienen una fortuna considerable, como era el caso. Tanta fortuna que se deshicieron de él a la primera de cambio y le mandaron a Inglaterra con siete años a estudiar interno en el Richmond College, donde le dieron clases de inglés y de acuarela. Si me hacen a mí éso, les mato. Con 9 añitos, el pobre, le mandaron a continuar sus estudios de pintura en Paris, pero al parecer papá cambió de opinión y dijo que el niño tenía que hacerse marino y meterse en la Armada española. No sé con qué edad entró, pero salió de ella zumbando con 16 y se volvió a París con la promesa de hacerse un hombre de provecho, osea que nada de ser pintor. El chico se puso a estudiar Ingeniería técnica de química y mecánica, pero algún experimento debió explotarle en la cara, o cosa parecida, porque sin mediar permiso decidió dejar la ingeniería y dedicarse por entero a la pintura, así que se largó a Inglaterra y se asentó en Londres, ciudad en la que se quedó a vivir.
Nada reseñable, diréis. Ciértamente nada anormal, fuera de su evidente gusto por pintar tetas y culos de cuanta fémina se prestaba o alquilaba, lo que hacía estupendamente y hasta consiguió cierta fama en ello. Además era aficionado a la astronomía y a las brujas e hizo algunas obras memorables como esta que estudiamos hoy, de 1878. Pero el año de su muerte, en 1896, cuando tenía 45 años, fue procesado por una denuncia de Maud Harvey, una empleada suya, quien le acusó de despedirla tras haberse quedado embarazada de él. Al parecer Maud trabajaba primero como empleada de la limpieza en su casa y luego como modelo del artista. Luis Ricardo fue condenado a pagarle una pensión de seis chelines cada semana en concepto de pensión, con lo que quedaba reconocida su negada paternidad. Y he aquí el nexo de unión entre la historia del pintor y la que cuenta este curioso cuadro, expuesto en el salón de París en 1880, pues Fausto también rechazó la paternidad de su hijo, pero no nos adelantemos y, mientras saboreamos los estudios que se realizaron para este cuadro, veamos la disparatada historia que escribió Goethe:
En realidad Fausto era un engreído filósofo y como científico un tanto prepotente, a quien no convencían los argumentos de sus maestros. Su soberbia era tal que en secreto fue despreciándoles hasta que terminó por abandonar sus estudios y comenzó a adentrarse en el mundo de la alquimia y la magia negra, esperando que con conjuros y malas artes su deseo de comprender la naturaleza de lo divino y la fuente de la eterna juventud se verían satisfechas. Pero tampoco le satisfacían los experimentos ocultos y pronto se vió abocado a una depresión de la que ni la jóven Gretchel, más conocida como Margaret, a la que deseaba, consiguió sacarle. Por fin, un día Fausto convocó a los espiritus y a su llamada acudió Mefistófeles, el oscuro espíritu de la negación, “el mayordomo del diablo vestido de limpio” como quien dice, con quien hizo un trato sellado con sangre consistente en que Mefostófeles convenía en servir a Fausto en este mundo, proporcionándole juventud, felicidad y sabiduría, mientras Fausto convenía en en serguir a Mefistófeles después, sin entender muy bien las consecuencias del pacto, así que vemos que muy listo muy listo, pues no era, la verdad.
Con sus nuevas diabólicas facultades, le fue fácil a Fausto acceder al amor carnal de su deseada Margarita, y aún más, a los conocimientos reservados a los no mortales, pero poco a poco, sin darse cuenta, fue perdiendo voluntad y discernimiento a favor del averno, y cuando Marga le anunció su embarazo se desencadenó la tragedia. Fausto se negó a reconocer la paternidad del futuro niño, las súplicas de la mujer solo sirvieron para alejarle de ella y sumirla en la más profunda de las desesperaciones. Así, al nacer el niño, la madre, enloquecida, lo mató por considerarle fruto de un engaño. Lógicamente por ese crimen fue apresada y encarcelada, y aunque Fausto trató de liberarla no lo consigue y ve cómo su amada muere en sus brazos, lo que provoca en su interior un profundo remordimiento por su mal comportamiento que va transformándose en arrepentimiento, pero…
Pero nada. No pasa nada con esta historia, quiero decir que no tiene consecuencias porque Fausto es una obra escrita en dos partes y cuando comienza la segunda parte el puñetero Gohete se cansa de la historia romántica que nos está contando y sitúa al protagonista despertando en un mundo de magia en el que inicia un nuevo ciclo de aventuras. ¿Qué tal?, ¿Cómo se te queda el cuerpo?, ¿flipante, no?. Además son aventuras que no tienen nada que ver, por ejemplo, ayuda al emperador de Alemania a solucionar los problemas económicos, es encantado por el fantasma de Helena a quien sigue hasta la edad antigua y con quien tiene otro hijo, Euphorion, medio tonto, que trata de volar y muere estampándose, o presencia una fiesta con todo tipo de criaturas fantásticas como grifos, ninfas y otros seres mitológicos, lo que podría ser la escena de este cuadro. Total, que para que la historia tenga un final feliz, Fausto va al cielo, incluso después de hacer que mueran otros inocentes sin quererlo y sin saber muy bien por qué, lo que demuestra que la entrada al cielo cristiano sigue siendo un coladero total, como si no tuvieran arrepentidos y beatos suficientes. Es de destacar en la obra las encarnaciones de las modelos y la belleza occidental y descarada que lucen. Preciosas brujas, sin duda, y muy alejadas del tipo tradicional de brujas al uso en las mitologías dedicadas a la brujería. También es destacable el equilibrio cromático conseguido, lo que no siempre fue así en la obra de este autor, y sobre todo, la muy notable avanzadilla que suponía este tipo de representaciones en plena Inglaterra victoriana, de estrictas costumbres moralistas.
Casi toda la obra de este autor reside en colecciones privadas de Estados Unidos, donde es muy bien valorado como uno de los primeros hiperrealistas, al contrario de lo que sucede en su propia patria, pues en este país de pillos y torpes nunca hemos sabido si los unos eran los gobernantes y otros los gobernados, o viceversa. Por último, si el nombre de la obra es doble y se presta a confusión se debe a las anotaciones que su hijo realizó sobre las partes traseras de los cuadros. Personalmente me gusta más la denominación ‘La salida de las Brujas’, pues identifico mejor “La Visión de Fausto” con esta otra obra del mismo autor: