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jueves, septiembre 16, 2010
JESUS NOS ENSEÑO A ORAR
Había pedido el misionero ayuda a los nativos para la construcción de la capilla. Un señor se acercó al día siguiente con una cabra y le dijo: “padre, esto es lo único que tengo, véndala y el dinero para la construcción de la iglesia”.
Este hombre sabía que orar y que la oración exige obras de amor. En un mundo pagano y politeísta, “Jesús nació en un pueblo que sabía orar”, decía Joaquín Jeremías. Jesús nació y fue educado en el seno de una familia judía piadosa, que guardaba con todo amor y fidelidad las normas religiosas dadas por Yavé (Lc 2,21-52).
La Mishná, código rabínico compilado hacia el año 200 de la era cristiana, nos ofrece datos bastante seguros y numerosos para conocer las prácticas judías de la oración en tiempos de Jesús. En el tratado de las bendiciones, concretamente, se enseña que hay tres momentos de plegaria al día: el amanecer, el mediodía y la tarde (Berakhot IV). “Tres veces al día” (Dn 6,10), “por la tarde, en la mañana y al medio día” (Sal 54,18), se levantaban en Israel los corazones hacia el Señor, bendiciéndole e invocándole. De estas tres horas, dos se producían al mismo tiempo que los sacrificios llamados perpetuos, que todos los días se ofrecían en el Templo (Nm 28, 2-8). Así la oración quedaba unida al sacrificio, participando de él y, al mismo tiempo, dándole espíritu y sentido.
Tenían la costumbre piadosa judía de recitar dos veces al día el Shemá Yisrael (Escucha, Israel), al acostarse y al levantarse. “Escucha, Israel, Yavé nuestro Dios es el único Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón”.... El Shemá, el credo israelita, consiste en la recitación del texto de Dt 6,4-9, al que se une, al menos desde el siglo II antes de Cristo, Dt 11,13-21 y Núm 15,37-41. Esta plegaria había de ser repetida a los hijos, “lo mismo en casa que de camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Dt 6,7; 11,19). Y Cristo mismo la da como respuesta a aquel doctor que le preguntaba acerca del mandamiento principal (Mc 12,29-30).
Jesús era también maestro que enseñaba cómo se ha de orar. Jesús enseñó a orar a sus discípulos no solamente con su testimonio personal, sino también con enseñanzas explícitas, de las que destacaremos algunas:
a) La pureza de la intención. «Cuando oréis, no seáis como los hipócritas...Tú, cuando ores, entra en tu cuarto y, echada la llave, haz tu oración a tu Padre, que mira lo secreto; y tu Padre, que está en lo secreto, te premiará» (Mt 6,5-6; Mc 12,38-40).
b) La unión de la mente con la voz. Jesús recuerda el reproche terrible de Yavé (Is 29,13), cuando dice: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mt 15,8). La oración que sólo afecta a los labios, es una oración sin alma, que está muerta.
c) La confianza en el Padre, y la consiguiente brevedad en las palabras, no como los paganos, cuando oraban, presionaban sobre Dios con sus interminables oraciones. «Cuando recéis, no charléis mucho, como los paganos, que se imaginan que por su mucha palabrería serán escuchados. No os parezcáis a ellos, pues vuestro Padre ya sabe qué os hace falta antes de que se lo pidáis» (Mt 6,7-8). La oración cristiana ha de ser breve y sencilla, confiada en el Padre (Mt 6,25-32).
d) Jesús enseña la necesidad de la oración (Lc 22,40), la oración en su nombre (Jn 14,13-14), la oración de petición (Mt 5,44;7,7), la humildad (Lc 18,9-14) y la perseverancia en la plegaria (11,5-13).
Jesús se preocupó de orar y de enseñarles a sus discípulos de cómo hacerlo. A ellos les dice: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen...” (Mt 5, 44).
Como sabe que la tarea de trabajo es inmensa y son pocos los obreros disponibles, les pide a sus discípulos que oren, pues “La mies es abundante pero los obreros pocos; por eso, rogad al dueño que mande obreros a su mies” (Mt 9, 38).
En la tentación les recomendó: “Estad en vela y pedid no caer en la tentación” (Mt 26, 41).
Aconseja orar para que Dios conceda su Espíritu para poder obrar el bien como Dios,
“Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros niños, ¿cuánto más vuestro Padre dará Espíritu Santo a los que se lo piden?” ( Lc 11,13 ).
En el discurso de la última cena, Jesús promete a los discípulos su intercesión ante el Padre y les dice: “Y todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré” (14, 13-14). En las diversas invitaciones a pedir en su nombre, Jesús une oración y alegría (15, 7-11) y oración como fruto del amor (14, 13-14). La oración es la unión con el Dios amor y por consiguiente la fuente de alegría de sentirse en los brazos del Dios-amor. Por ello mismo es la fuente del amor fraterno, del Espíritu hacia la verdad plena que es Cristo (16, 13) para estar unido a la vid (15, 1-11) y dar el fruto del amor, para gloria del Padre (15, 8).
Quien ore, ha de estar abierto a la Palabra de Dios y ha de convertirse, dejar los caminos errados del pecado y guardar los mandamientos del Señor. Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos, repetirá Jesús (Mt 4,17). Convertirse es hacerse como niño (Mt 18,3). La conversión es necesaria para entrar en el Reino e implicará cambio de vida: dar frutos (Jr 7,24-26). Y cuando acontece la conversión, ésta conlleva un gozo increíble . “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión”( Lc 15,7).