En la provincia de Ibaraki hay un lugar que se llama Makabe. Hace mucho tiempo vivía allí un criado que se llamaba Heishiro.
Un día en que hacía mucho un frio, se preparaba para acompañar a su amo en un largo viaje.
Mientras esperaba que su amo saliese de la casa, metió las sandalias de paja de este dentro de su kimono, para calentarlas, porque estaban heladas. El amo salió de improviso, y Heishiro, que no lo esperaba tan pronto, sacó apresuradamente las sandalias y las colocó de cualquier manera, con las correas torcidas. El amo, creyendo que el inútil de su criado se había sentado sobre sus sandalias, al verlas tan aplastadas, cogió una de ellas y golpeo la frente de Heishiro.
Este se ofendió mucho. “no solamente no se ha percatado de mi delicadeza al calentarle las sandalias; ¡encima va y me golpea con ellas!”. Y concibiendo un profundo odio por su amo, en ese mismo instante decidió vengarse.
Esa misma noche, llevando la sandalia que le había golpeado, huyó de la casa de su amo. Había decidido volverse monje y rezar por la muerte de su amo. Partió a China, y allí practico en un lugar llamado kizan. Se dedicó a practicar la vía con todo su corazón y sucedió que cuanto más maduraba su práctica, menos capaz era de rogar por la muerte de su antiguo amo.
Por fin volvió a Japón, y cuando el emperador cayó enfermo, el monje de kizan recibió el encargo de rezar por su curación. El emperador sanó, y agradeciendo, le ofreció a Heishiro el puesto de abad en el templo de Makabe.
El señor feudal vino a presentar sus respetos al nuevo abad, y fue así como Heishiro se encontró de nuevo frente a su antiguo amo. Había pasado mucho tiempo, y el amo no lo reconoció.
El monje le puso ante los ojos una sucia sandalia que saco de entre sus ropas de ceremonia.
Con una sonrisa en la que no existía ni rastro del antiguo odio, Heishiro se dio a conocer a su antiguo amo.