En una noche sin luna, una liebre cayó en un pozo muy profundo. Desesperada, trató de salir, pero sus repetidos intentos sólo consiguieron agotarla. Después de horas de saltar en vano, se quedó dormida.
El sol ya estaba alto cuando la despertaron unas voces. Era el granjero con sus hijos que se acercaban al pozo. La liebre intentó llamar la atención de todas las maneras posibles, pero no hubo caso. El pozo era tan profundo que nadie la veía. De pronto, grandes cantidades de tierra empezaron a caer sobre ella. El granjero y sus hijos querían tapar el pozo y arrojaban tierra con sus palas.
Viendo la completa inutilidad de sus esfuerzos y a punto de ahogarse por el polvo, la liebre se resignó a su suerte. Cuando ya estaba rodeada de tierra, una palada cayó justo en su lomo y la picazón la hizo sacudirse. La tierra cayó y se amontonó bajo sus patas. Al ver esto, a medida que le seguían echando tierra, la liebre se sacudía y subía cada vez más. Muy pronto llegó al borde del pozo y salió saltando.
La dificultad no está en los “problemas”, sino en la manera en que reaccionamos ante ellos. Cada problema es un potencial escalón hacia la libertad. ¡Depende de nosotros aprovechar la oportunidad!