Ocho Elefantes Blancos
El discípulo quería elaborarlo todo a través del entendimiento intelectual. Sólo confiaba en la razón y estaba encerrado en la propia jaula de su lógica. Visitó al mentor espiritual y le preguntó:
–Señor, ¿quién sostiene el mundo?
El mentor repuso:
–Ocho elefantes blancos.
–¿Y quién sostiene a los ocho elefantes blancos? -preguntó intrigado el discípulo.
–Otros ocho elefantes blancos.
–Señor, ¿quién sostiene el mundo?
El mentor repuso:
–Ocho elefantes blancos.
–¿Y quién sostiene a los ocho elefantes blancos? -preguntó intrigado el discípulo.
–Otros ocho elefantes blancos.
*El Maestro dice: El pensamiento es limitado. Una nueva energía de conocimiento aparece cuando cesa el pensamiento.
Una Partícula de Verdad
En compañía de uno de sus acólitos, el diablo vino a dar un largo paseo por el planeta Tierra. Habiendo tenido noticias de que la Tierra era terreno de odio y perversidades, corrupción y malevolencia, abandonó durante unos días su reino para disfrutar de su viaje. Maestro y discípulo iban caminando tranquilamente cuando, de súbito, este último vio una partícula de verdad. Alarmado, previno al diablo:
–Señor, allí hay una partícula de verdad, cuidado no vaya a extenderse.
Y el diablo, sin alterarse en lo más mínimo, repuso:
–No te preocupes, ya se encargarán de institucionalizarla.
–Señor, allí hay una partícula de verdad, cuidado no vaya a extenderse.
Y el diablo, sin alterarse en lo más mínimo, repuso:
–No te preocupes, ya se encargarán de institucionalizarla.
*El Maestro dice: Nadie puede monopolizar la verdad, ni la verdad es patrimonio de nadie.
El Rey de los Monos
Cuando el rey de los monos se enteró de dónde moraba el Buda predicando la Enseñanza, corrió hacia él y le dijo:
–Señor, me extraña que siendo yo el rey de los monos no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme.
Soy el rey de millares de monos.
Tengo un gran poder.
El Buda guardó el noble silencio.
Sonreía. El rey de los monos se mostraba descaradamente arrogante y fatuo.
–No lo dudéis, señor -agregó-, soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Por eso soy el rey de los monos. Si no lo creéis, ponedme a prueba. No hay nada que no pueda hacer. Si lo deseáis, viajaré al fin del mundo para demostrároslo.
El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. El rey de los monos añadió:
–Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré de nuevo hasta vos.
Y partió. Días y días de viaje.
Cruzó mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles… Finalmente, llegó a un lugar en el que se encontró con cinco columnas y, allende las mismas, sólo un inmenso abismo. Se dijo a sí mismo: “No cabe duda, he aquí el fin del mundo”. Entonces dio comienzo al regreso y de nuevo surcó desiertos, dunas, valles… Por fin, llegó de nuevo a su lugar de partida y se encontró frente al Buda.
–Ya me tienes aquí -dijo arrogante-. Habrás comprobado, señor, que soy el más intrépido, hábil, resistente y capacitado. Por este motivo soy el rey indiscutible de los monos.
El Buda se limitó a decir:
–Mira dónde te encuentras.
El rey de los monos, estupefacto, se dio entonces plena cuenta de que estaba en medio de la palma de una de las manos del Buda y de que jamás había salido de la misma. Había llegado hasta sus dedos, que tomó como columnas, y más allá sintió el abismo, fuera de la mano del Bienaventurado, que jamás había abandonado.
–Señor, me extraña que siendo yo el rey de los monos no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme.
Soy el rey de millares de monos.
Tengo un gran poder.
El Buda guardó el noble silencio.
Sonreía. El rey de los monos se mostraba descaradamente arrogante y fatuo.
–No lo dudéis, señor -agregó-, soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Por eso soy el rey de los monos. Si no lo creéis, ponedme a prueba. No hay nada que no pueda hacer. Si lo deseáis, viajaré al fin del mundo para demostrároslo.
El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. El rey de los monos añadió:
–Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré de nuevo hasta vos.
Y partió. Días y días de viaje.
Cruzó mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles… Finalmente, llegó a un lugar en el que se encontró con cinco columnas y, allende las mismas, sólo un inmenso abismo. Se dijo a sí mismo: “No cabe duda, he aquí el fin del mundo”. Entonces dio comienzo al regreso y de nuevo surcó desiertos, dunas, valles… Por fin, llegó de nuevo a su lugar de partida y se encontró frente al Buda.
–Ya me tienes aquí -dijo arrogante-. Habrás comprobado, señor, que soy el más intrépido, hábil, resistente y capacitado. Por este motivo soy el rey indiscutible de los monos.
El Buda se limitó a decir:
–Mira dónde te encuentras.
El rey de los monos, estupefacto, se dio entonces plena cuenta de que estaba en medio de la palma de una de las manos del Buda y de que jamás había salido de la misma. Había llegado hasta sus dedos, que tomó como columnas, y más allá sintió el abismo, fuera de la mano del Bienaventurado, que jamás había abandonado.
*El Maestro dice: ¿Adónde pueden conducirte tu engreimiento y fatuidad que no sea al abismo?*