Si Hubiera tenido un poco más de Tiempo
Con algunos ahorros, un hombre de un pueblo de la India compró un burro joven. La persona que se lo vendió le previno de la cantidad de comida que tenía que procurarle todos los días.
Pero el nuevo propietario pensó que tal cantidad era excesiva y comenzó a restar comida día a día al pollino.
Hasta tal punto disminuyó la ración de alimento al asno que, un día, el pobre animal amaneció muerto. Entonces el hombre comenzó a gimotear y a lamentarse así:
–¡Qué desgracia! ¡Vaya fatalidad! Si me hubiera dado un poco más de tiempo antes de morirse, yo hubiera logrado que se acostumbrase a no comer nada en absoluto.
Pero el nuevo propietario pensó que tal cantidad era excesiva y comenzó a restar comida día a día al pollino.
Hasta tal punto disminuyó la ración de alimento al asno que, un día, el pobre animal amaneció muerto. Entonces el hombre comenzó a gimotear y a lamentarse así:
–¡Qué desgracia! ¡Vaya fatalidad! Si me hubiera dado un poco más de tiempo antes de morirse, yo hubiera logrado que se acostumbrase a no comer nada en absoluto.
*El Maestro dice: Como este hombre son algunos negligentes y “avaros” buscadores espirituales: quieren conquistar la Sabiduría sin ningún ejercitamiento espiritual.
El loro que pide Libertad
Ésta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té de Cachemira.
Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente:
–¡Libertad, libertad, libertad!
No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”.
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “!Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón.
?Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla. El loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”
Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente:
–¡Libertad, libertad, libertad!
No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”.
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “!Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón.
?Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla. El loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”
*El Maestro dice: Como este loro, son muchos los seres humanos que dicen querer madurar y hallar la libertad interior, pero que se han acostumbrado a su jaula interna y no quieren abandonarla.
Doce Años Después
Era un joven que había decidido seguir la vía de la evolución interior. Acudió a un maestro y le preguntó:
–Guruji, ¿qué instrucción debo seguir para hallar la verdad, para alcanzar la más alta sabiduría?
El maestro le dijo:
–He aquí, jovencito, todo lo que yo puedo decirte: todo es el Ser, la Conciencia Pura. De la misma manera que el agua se convierte en hielo, el Ser adopta todas las formas del universo. No hay nada excepto el Ser. 18
Tú eres el Ser. Reconoce que eres el Ser y habrás alcanzado la verdad, la más alta sabiduría.
El aspirante no se sintió satisfecho. Dijo:
–¿Eso es todo? ¿No puedes decirme algo más?
–Tal es toda mi enseñanza -aseveró el maestro-. No puedo brindarte otra instrucción.
El joven se sentía muy decepcionado, pues esperaba que el maestro le hubiese facilitado una instrucción secreta y algunas técnicas muy especiales, incluso un misterioso mantra.
Pero como realmente era un buscador genuino, aunque todavía muy ignorante, se dirigió a otro maestro y le pidió instrucción mística. Este segundo maestro dijo:
–No dudaré en proporcionártela, pero antes debes servirme durante doce años. Tendrás que trabajar muy duramente en mi ashram 2comunidad espiritual. Por cierto, hay un trabajo ahora disponible. Se trata de recoger estiércol de búfalo.
Durante doce años, el joven trabajó en tan ingrata tarea. Por fin llegó el día en que se había cumplido el tiempo establecido por el maestro.
Habían pasado doce años; doce años recogiendo estiércol de búfalo. Se dirigió al maestro y le dijo:
–Maestro, ya no soy tan joven como era. El tiempo ha transcurrido. Han pasado una docena de años. Por favor, entrégame ahora la instrucción.
El maestro sonrió. Parsimoniosa y amorosamente, colocó una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo, que despedía un rancio olor a estiércol. Declaró:
–Toma buena nota. Mi enseñanza es que todo es el Ser. Es el Ser el que se manifiesta en todas las formas del universo. Tú eres el Ser.
Espiritualmente maduro, al punto el discípulo comprendió la enseñanza y obtuvo iluminación. Pero cuando pasaron unos momentos y reaccionó, dijo:
–Me desconcierta, maestro, que tú me hayas dado la misma enseñanza que otro maestro que conocí hace doce años. ¿Por qué habrá sido?
–Simplemente, porque la verdad no cambia en doce años, tu actitud ante ella, sí.
–Guruji, ¿qué instrucción debo seguir para hallar la verdad, para alcanzar la más alta sabiduría?
El maestro le dijo:
–He aquí, jovencito, todo lo que yo puedo decirte: todo es el Ser, la Conciencia Pura. De la misma manera que el agua se convierte en hielo, el Ser adopta todas las formas del universo. No hay nada excepto el Ser. 18
Tú eres el Ser. Reconoce que eres el Ser y habrás alcanzado la verdad, la más alta sabiduría.
El aspirante no se sintió satisfecho. Dijo:
–¿Eso es todo? ¿No puedes decirme algo más?
–Tal es toda mi enseñanza -aseveró el maestro-. No puedo brindarte otra instrucción.
El joven se sentía muy decepcionado, pues esperaba que el maestro le hubiese facilitado una instrucción secreta y algunas técnicas muy especiales, incluso un misterioso mantra.
Pero como realmente era un buscador genuino, aunque todavía muy ignorante, se dirigió a otro maestro y le pidió instrucción mística. Este segundo maestro dijo:
–No dudaré en proporcionártela, pero antes debes servirme durante doce años. Tendrás que trabajar muy duramente en mi ashram 2comunidad espiritual. Por cierto, hay un trabajo ahora disponible. Se trata de recoger estiércol de búfalo.
Durante doce años, el joven trabajó en tan ingrata tarea. Por fin llegó el día en que se había cumplido el tiempo establecido por el maestro.
Habían pasado doce años; doce años recogiendo estiércol de búfalo. Se dirigió al maestro y le dijo:
–Maestro, ya no soy tan joven como era. El tiempo ha transcurrido. Han pasado una docena de años. Por favor, entrégame ahora la instrucción.
El maestro sonrió. Parsimoniosa y amorosamente, colocó una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo, que despedía un rancio olor a estiércol. Declaró:
–Toma buena nota. Mi enseñanza es que todo es el Ser. Es el Ser el que se manifiesta en todas las formas del universo. Tú eres el Ser.
Espiritualmente maduro, al punto el discípulo comprendió la enseñanza y obtuvo iluminación. Pero cuando pasaron unos momentos y reaccionó, dijo:
–Me desconcierta, maestro, que tú me hayas dado la misma enseñanza que otro maestro que conocí hace doce años. ¿Por qué habrá sido?
–Simplemente, porque la verdad no cambia en doce años, tu actitud ante ella, sí.
*El Maestro dice: Cuando estás espiritualmente preparado, hasta contemplar una hoja que se desprende del árbol puede abrirte a la verdad.