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lunes, abril 25, 2011

Qué desolador sería un mundo sin diálogo!




Platón
Carmelo Urso

Cuando los antiguos filósofos griegos querían indagar acerca dela Verdad, solían valerse de una técnica que consistía en interrogar a una persona hasta hacerla llegar a ese conocimiento; creían quela Verdadestaba oculta en lo profundo de la mente humana:”sólo venimos a recordar”, afirmaba Sócrates, quien nunca redactó un libro, pues creía –infundadamente– que la escritura no era medio adecuado para transmitir saberes. Su discípulo Platón le desoyó: para fortuna nuestra, compuso libros espléndidos, en los que evocó los argumentos de su mentor y recreó con magistral genio sus conversaciones.

Hermes

Aquella técnica griega se llama mayéutica –en honor a Maya, madre de Hermes, Dios de la comunicación oral y escrita; el diálogo es la base de la mayéutica; un diálogo sustancioso deviene en debate cuando se convierte en banquete de profundas revelaciones, de vívidas interrogantes y réplicas sapienciales; entre tales campeones del pensamiento, sublime era el arte de dialogar y hacerse grandes preguntas: la duda filosófica era sagrada vía que los llevaba a explorar las vastas regiones del Misterio… y de tales travesías retornaban con grandes respuestas que no eran más que el germen para nuevas y más profundas preguntas.

Las Pléyades

Diálogo es vocablo de origen griego que se compone de diá (“a través de”) y logos (“verbo”, “razón”, “argumento”, “palabra”); así, entendemos por diálogo el descubrimiento compartido de la Verdad a través de las palabras, a través de la sucesión de interrogaciones y respuestas. Un elemento clásico del diálogo y el debate es la argumentación lógica. Según S. R. Gutiérrez (1998) el argumento es una “prueba o razón para justificar algo como verdad o como acción razonable; la expresión oral o escrita de un raciocinio”, mientras que, etimológicamente, lógica se traduce del griego como “algo dotado de razón”. El diálogo, en Occidente, funciona entonces como una investigación dela Verdad, caracterizada por argumentos que apelan a nuestra razón a través del contraste de puntos de vista –ameno contrapunteo conversacional no exento de juegos verbales, artificios poéticos y dardos de fina ironía.
El diálogo es fundamental en nuestra vida cotidiana, en nuestros lugares de trabajo y en los foros políticos de nuestros países. Sin diálogo seríamos incapaces de articular redes sociales, laborar en equipo, establecer acuerdos, intercambiar y expandir ideas, comunicar experiencias, compartir saberes y vivir en sociedad. El diálogo es la base fundamental de la convivencia, y por ende, piedra angular de todo esfuerzo sincero por construir una cultura de la Paz.
El diálogo presenta las más diversas apariencias, adopta los más disímiles énfasis. Por diálogo entenderemos el cerebral conversatorio de catedráticos que razonan; el desinhibido intercambio de dos amantes que se cortejan en un lounge-bar; el didáctico coloquio entre el padre que pretende enseñar y el hijo que pregunta ad infinitum; el grato desahogo sabatino de las mujeres que se peluquean; la filosófica encrucijada de los amigos que, en la noche del séptimo día, intentan dilucidar por qué Boca o el Madrid perdieron el súper-clásico. Desde Platón y Erasmo de Rotterdam hasta la abuela Asunción y el compadre Francisco, el diálogo es patrimonio universal que por igual se atavía de pesquisa ontológica, plática de comerciantes o sugerente escena cinematográfica.

Erasmo de Rotterdam

En la antigua Grecia, el diálogo de parroquianos se transformó en herramienta filosófica, en género literario y en base de las artes escénicas –y no al revés. Tuviera sesgo cínico, vocación irónica o afán dialéctico, el diálogo se convirtió en el principal instrumento expresivo de las más variadas escuelas del pensar y de los dramaturgos más eminentes. Pero el diálogo no era para ellos un frío instrumento retórico, sino vivo reflejo del modo de comunicarse que prosperaba en calles, comercios y hogares. Quienes provenimos de familias mediterráneas, sabemos que el diálogo no es mera efusión chismorreante o simple enumeración anecdotaria. No, el verdadero diálogo siempre aspira a develar una pequeña o gran verdad, por sencilla o doméstica que sea, en medio del rutinario decurso de los días.

Bandera de Sicilia

Mi numerosa parentela siciliana, inmigrantes o sobrevivientes de post-guerra la mayoría, distaban de tener un alto grado de instrucción académica. Y, no obstante, todos ellos eran conversadores eminentes, argumentadores incisivos. Ver al comerciante que era mi papá negociar o regatear con un colega sirio o libanés –cosa que presencié muchas veces en mi Vida– era todo un espectáculo, verdadera lidia de titanes. Ya graduado de periodista, me resultaba difícil contra-argumentarle a mi padre, que con su escaso segundo grado de instrucción primaria ostentaba un inagotable filón dialéctico.

Como género literario de intención filosófica, el diálogo tuvo destacada vigencia hasta bien adentrado el Renacimiento. Los nombres heterogéneos de Platón, Luciano de Samosata, Cicerón, San Anselmo, Boecio, Fray Luis de león y Diderot lo enaltecieron. La aparición del ensayo lo desplazó del ámbito literario argumentativo. Hoy pervive en géneros y representaciones dramáticas como el teatro, el cine, nuestras infaltables telenovelas latinoamericanas (que tienen su equivalente en las soap operas sajonas), el cómic y el anime.
Curiosamente, el diálogo suele escasear en un ámbito del que debería ser ingrediente fundamental: el periodismo. Con tristeza, constato una tendencia en los telediarios de mi país y de otras naciones: el diálogoDiálogo no equivale a ser constantemente hostigado e interrumpido por un periodista que no comparte nuestras ideas o ser domesticadamente adulado por alguien que funge como perrito faldero del poder. Tampoco implica que el comunicador asuma el papel de divo y se sienta más importante que sus entrevistados. Diálogo no es conflagración verbal en la que ácidos soliloquios se alternan sin cesar –enmascarada guerra de sordos travestida de conversación civilizada. No: diálogo comporta contrastar ideas en un plano de equidad, para descubrir –junto a otros y en Paz– verdades que seguramente serán más amplias y completas que nuestros previos puntos de vista suele estar ausente. 

¡Qué desolador sería un mundo sin diálogo! Un mundo carente de interlocutores, donde sólo pudiéramos monologar con el opaco espejo de nuestros egos; un universo estéril donde alzáramos la voz sin ser jamás afablemente escuchados, solidariamente bendecidos o inteligentemente refutados.