Thomas Cowperthwaite Eakins nació en Filadelfia en una familia de cuáqueros, asistió a escuelas locales, donde su padre le enseñaba, practicó cuatro años de dibujo en una escuela secundaria. En una ciudad llena de inmigrantes en aquel momento, aprendió a hablar las lenguas que se estudiaban en clase: francés, italiano y español, y eso tuvo una importancia decisiva más tarde en el desarrollo de sus estudios artísticos. Fue admitido en la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania en 1861 y permaneció allí cinco años como estudiante, al tiempo que realizaba estudios de anatomía en la Escuela de Medicina, pero ya veremos que fue en esta misma “Academia of Fine Arts” donde más adelante, como profesor, sucedieron los hechos que marcaron su futuro.
Luego se trasladó a París en 1866 y entró en el estudio de Jean-Léon Gérôme, un profesor calificado entonces de “reformista” y de enorme influencia en Francia. Eakins había visto varias de sus obras en los Estados Unidos, y de él aprendió que la sinceridad era una de las grandes cualidades que había que tener para afrontar los problemas del dibujo realista. Gérôme era también un excelente profesor. Su dominio del dibujo y de la pintura al óleo se encuentran en el origen del estilo de Eakins. También se matriculó en la Escuela de Bellas Artes y allí aprendió que la observación precisa, combinada con una aplicación rigurosa al trabajo diario, es el único camino que un artista puede seguir para alcanzar la excelencia. Eakins nunca fue capaz de lograr composiciones tan sutiles como las de su maestro Gérôme, pero él siempre trató de expresar sus sentimientos de la manera más sincera y franca.
A pesar de que durante su larga vida, sólo vivió tres años en el extranjero, su obra es un vínculo muy importante entre la pintura americana y europea. Los años durante los que estuvo estudiando en París, no sólo son aquellos que vieron el reconocimiento de Courbet, Manet y el surgimiento del impresionismo, sino también los que vieron el renacimiento de la reforma en la académica Escuela de Bellas Artes. Eakins, que asistió a ella, trajo de vuelta a su país los nuevos métodos, además de los tradicionales. Debido a que sus fans no lo ven como un pintor académico y tampoco como un “impresionista”, es difícil poner una etiqueta a su trabajo muy independiente de cualquier movimiento artístico de entonces, y por lo tanto resulta también difícil calificarlo en EE.UU..
Durante esta época conoció la obra de los grandes maestros europeos y se interesó particularmente por Rembrandt, Velázquez y José Ribera. Vino a España a estudiarlos de cerca y su idilio con la obra Velázquez fue especialmente intenso y decisivo en su arte.
En España estuvo varios meses en Madrid, donde visitaba el Prado a diario, pero también viajó a Sevilla y Granada, siempre pintando y visitando los talleres de los pintores que ejercían en dichas ciudades. Fue durante estos meses cuando su facilidad para los idiomas le abrió muchas puertas, pues no solo hablaba, sino que escribía correctamente el castellano.
Tras estos años de formación, regresó a Filadelfia, donde permaneció el resto de su vida. Aunque no alcanzó gran fortuna con su arte, pudo vivir dedicado a él y a su actividad docente, mediante la cual ejerció una marcada influencia en el arte del momento.
Después de esta primera época, su interés se centró en el retrato. En esta faceta también impulsó el interés por el género, no solo mediante la extraordinaria profundidad psicológica de sus obras, sino también por haber formado artistas como Henri Ossawa Tanner, Henri Sloan y Glackens. Pero Eakins también era fotógrafo y utilizó este medio como una forma más de arte, aunque también como auxiliar de la pintura. Sus retratos se caracterizan, como ya lo hicieran sus pinturas, por la penetración psicológica y por el tratamiento escultural del busto y las manos.
En sus obras mostró una tendencia hacia los cuadros de género, en los que plasmó escenas de la vida cotidiana de Filadelfia, de su propia vida familiar y de la de las personas que formaban su entorno más cercano. Su formación y sus estudios de anatomía suscitaron un interés y un gusto por la objetividad científica que influyeron en gran medida en el realismo de su obra.
Esta inclinación científica se puso de manifiesto en obras en que aparecen temas náuticos o de caza, pero fundamentalmente se hicieron evidentes en los cuadros de gran formato con escenas de hospitales como La clínica Gross de 1875, conservado en la Escuela de Medicina Jefferson de Filadelfia, o La clínica del profesor Agnew de 1889, conservado en la Universidad de Pensilvania; ambas obras manifiestan un interés por la anatomía y por el cuerpo humano en movimiento. En la primera, que representa una operación quirúrgica, aparecen dos de la magistrales características de su pintura, el detallado realismo y la penetración psicológica de los personajes.
Este profundo interés por la anatomía hizo que, como director de la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, incluyera en el programa de estudios una innovadora asignatura, Anatomía y Disección, así como el estudio matemático de la perspectiva. Ambas materias supusieron una auténtica revolución en la formación de los jóvenes artistas. En 1886 abandonó su cargo de director debido a su insistencia en realizar estudios de dibujo de desnudos en clases mixtas, lo que supuso un enorme escándalo para la dirección de la Escuela que le obligó a presentar su dimisión.
Debido al apoyo financiero de su padre, Eakins pudo seguir su trayectoria artística a pesar del poco éxito del público, pero gran parte de su posterior carrera estuvo dedicada al trabajo en el más amargo aislamiento. Dejó de ser maestro, pero su trabajo tuvo a partir de entonces una creciente influencia en los pintores realistas americanos. En las dos primeras décadas del siglo XX su deseo de ‘penetrar en lo más profundo sel corazón de la vida estadounidense” se refleja en el trabajo de la Escuela de Ash-Can y de muchos otros pintores.
Además de ser un pintor y fotógrafo, Eakins también hizo una algunas esculturas. Su esposa, Susan Hannah Macdowell Eakins , con quien se casó en 1884, también fue una pintora y fotógrafa, así como una excelente pianista. Durante la última época de su carrera artística el interés científico de Eakins quedó desplazado por el estudio de la psicología y la personalidad, dedicándose al retrato de amigos, científicos, músicos, artistas y clérigos. Además de su magistral plasmación de la personalidad, estos retratos se caracterizan por un realismo absoluto y por un sentido escultórico de la forma que se evidencia en el marcado volumen de las cabezas, cuerpos y manos de los retratados. Un buen ejemplo de sus retratos de cuerpo entero es La canción patética (1881, Galería de Arte Corcoran, ciudad de Washington), que muestra la figura erguida de una cantante con una túnica de rica seda, recortada contra la tenue luz del cuarto de música.
Aunque ninguna de sus obras le proporcionó popularidad y fortuna, Eakins ejerció una profunda influencia, como pintor y profesor, en el desarrollo del naturalismo en los Estados Unidos. Su acercamiento realista a la pintura fue demasiado adelantado para su época.