Claude Monet
Monet era pintor, el padre del impresionismo, pero también jardinero. Cuando en 1883 se instaló con su familia en Giverny (Normandía) convirtió los jardines de su casa en su placer y fuente de inspiración y la obra que produjo en ellos no es solo parte de la historia de la pintura, sino uno de los más avanzados y sinceros ejercicios de color y abstracción. Hoy El Dibujante os presenta una gran selección de ellas, como siempre, en alta definición.
La casa tenía un huerto separado en dos por una avenida de pinos, Monet lo transformó en un jardín rico en perspectivas, asimetrías y cromatismo. Hizo quitar los pinos, excepto los más próximos a la casa, y aprovechó el desnivel del terreno para crear platabandas donde los macizos de flores de diferentes alturas creaban volúmenes y, sobre todo, mezclaban sus colores.
Para ello combinó las flores más sencillas: amapolas y otras plantas silvestres, con especies más exquisitas, como los rosales trepadores, las clemátides y pasionarias, las peonías, las glicinias lilas y blancas, los árboles de flor. Cubrió la avenida central de arcos para dar juego a los rosales y, ornó la fachada rosada de la gran casa con enredaderas.
Monet huía de los jardines “cartesianos” en busca de espacios libres y sensoriales, más cercanos a la espontaneidad natural. El pintor-jardinero perseguía, al igual que en sus lienzos, la yuxtaposición de pinceladas de color, el paso de la luz entre las ramas, una atmósfera rica en impresiones. Con el tiempo se apasionó por la botánica. “Todo mi dinero va a parar a mi jardín, me tiene subyugado”, confesó una vez.
Diez años después de instalarse en Giverny, Monet adquirió otro terreno contiguo a su propiedad, de la que sólo estaba separado por la vía del tren. Era ya tanto su prestigio, que el prefecto, a pesar de la oposición de los vecinos, le permitió utilizar el agua del canal del río Epte que lo atravesaba para inundar un pequeño foso y crear un estanque. “Sólo se trata de algo ornamental y para el placer visual”, se justificaba, “pero también de un motivo para pintar”.
Luego agrandó el espejo de agua hasta alcanzar su tamaño actual. Monet concibió este paisaje acuático de formas asimétricas y curvas a inspiración de los jardines japoneses que conocía a través de las estampas que coleccionaba y que tanta influencia ejercieron en las composiciones impresionistas.
El puente japonés cubierto de glicinias, es, precisamente, uno de los protagonistas de este espacio, donde convive con sauces llorones, otros puentecillos, un bosque de bambú y, especialmente, las célebres ninfeas que llenan de flores el agua durante el verano.
Tanto se metió el pintor en la representación de la belleza que encontraba en su jardín que terminó haciéndo de este ejercicio uno de los pilares filosóficos en torno a los cuales giraba su pintura, y con ella todo el movimiento impresionista.
Pero llegó un momento en el que las formas solo se hicieron por el contraste de las manchas de color, la luz se perdía entre unas texturas abigarradas de tonalidades y lo que antes era figurativo comenzó a diluirse en la abstracción.
Pocas veces un pintor se preocupó con tanto esmero de plasmar en la naturaleza un motivo de inspiración antes de pintarlo, así Monet creaba dos veces su obra. “Quiero pintar el aire donde se encuentran el puente, la casa, la barca. La belleza del aire donde están, y eso es imposible”, dijo. Será por eso que los pintó tantísimas veces.
Después de la serie de cuadros con el puente japonés como elemento principal, se concentró en los nenúfares, hasta el gigantesco conjunto de las “Ninfeas” del Museo de l’Orangerie, de París, que se inauguró en 1927, un año después de su muerte, casi ciego en Giverny.
Dispuestos en círculo para crear la sensación de inmersión en un jardín, junto a las flores acuáticas, pintadas durante la mañana, con el reflejo de las nubes sobre el estanque, con reflejos verdosos, aparecen los sauces asomándose sobre el agua y, cómo no, un amanecer en el jardín. “He dedicado tiempo a comprender a mis ninfeas… Las había plantado por placer y las cultivaba sin pensar en pintarlas… Un paisaje no nos impregna en un día…”.
La casa y los jardines de Monet en Giverny sufrieron grandes daños durante la Segunda Guerra Mundial. Fueron restaurados a imagen de lo que eran y reabiertos al público en 1980. La casa guarda en su interior una colección de estampas japonesas, además del taller del pintor.