Por el maestro zen Denkô Mesa
¿Qué es aquello que no tiene nombre conocido, que mueve el mundo fenoménico, embarga el espíritu, aviva el cuerpo y enaltece el alma de los seres? ¿Con qué lenguaje nombrar los signos del anhelo?
Hay una fuerza latente en cada uno de nosotros, un potencial de entrega compartida que en algunos está despierta,
si bien permanece en otros aparentemente dormida.
Una fuerza que no conoce la ley de las distancias, un impulso que no sabe de tiempos, limitaciones o dificultades.
En la libertad de saberse uno en el amor, la experiencia no se mide en cálculos acumulativos.
La práctica del Zen es una vivencia plena en el amor.
A través de la estabilidad de una postura correcta y mediante una respiración fluida y consciente,
cuando nos permitimos reposar en el fondo del no pensamiento,
nos reconocemos plenamente en los otros,
encontramos la empatía universal y emerge la sabiduría despierta.
Amar es aceptar sin resistencias.
En el estado del amor el apego y el rechazo no tienen fundamento, caen por su propio peso.
El amor es una fuerza que trasciende las fronteras y deja a un lado las categorías personales,
supera sin atrevimiento el limitado ser que aparentemente nos creemos ser.
El amor es un impulso tierno de dinamismo expansivo,
una experiencia plena que va implícita en cada inspiración, tras cada espiración.
Ya dijo un viejo maestro llamado Tôzan Ryokai:
“Si hay fusión, hay felicidad.”
Añado estos pensamientos:
Cuando no hay oposición, hay unidad.
Cuando hay unidad, hay trascendencia.
Cuando hay trascendencia, hay integración.
Esta es la ley del amor.
En el amor se es siendo.
La práctica de la meditación Zen nos conduce irremisiblemente hacia un reencuentro en el amor
donde no se sabe ya de propiedades ni de egoísmos transitorios.
No hay lugar en el estado del amor a la separatividad y todo conflicto es innecesario.
Esta es la fuerza del amor a través de la cual no cabe sentirse amenazado
porque uno se siente reconfortado en el otro.
El Zen es la práctica de la vida.
El Zen es una práctica en el amor.
Se trata de aprender a vivir en un estado de entrega y de confianza absolutas.
Ya dijo el filósofo Parménides:
“Por efecto del amor,
todos los miembros se reúnen en unidad,
en la cima de la vida floreciente.”
Merece la pena que fortalezcamos este impulso.
Que cada cual se haga eco del sonido de su propio corazón.