Otra señal de que usted encontró al Maestro adecuando es cuando descubre que él es quien lo inspira, más que cualquier otro, pero que profundice más adentro de usted mismo.
Reconocerá a su Maestro no sólo por la sensación de afinidad y la atracción de su enseñanza, sino también si, desde el primer encuentro físico, el rostro del otro hombre sigue reapareciendo persistentemente ante el discípulo.
Quien encontró al Maestro que tiene destinado lo conocerá bien, como máximo, a los pocos meses. Porque descubrirá que abandonar al Maestro es tan difícil como las desvalidas limaduras de acero abandonen a un potente imán.
La bendición de la paz o de la fuerza que el buscador siente en presencia de un hombre como ése y la disipación de toda duda de proximidad con su aura son indicadores de autenticidad y espiritualidad.
Otra cosa que hay que buscar como señal del Maestro correcto es que su modo de pensar debería congeniar con el buscador.
La persona más apta para ser Maestro de un hombre es aquella con la que éste puede ser su mejor yo.
Se necesita humildad para reconocer que aquí existe un hombre cuya sabiduría es mayor que la nuestra.
La clase de Maestro que él busca sea la de uno que sea amoroso: un Maestro lo bastante magnánimo como para recibirlo y para recibir sus pecados, flaquezas, necesidades y todo.
Si todo lo demás está parejo, elija a su Maestro entre quienes estén cerca del final de la vida, o por lo menos que sean bien de mediana edad. Esto, porque tienen la madura experiencia que a los más jóvenes les falta. Pueden dar el
sosegado consejo, resultado de que aceptaron la vida, se amoldaron a las situaciones de ésta y sus deseos físicos declinaron.
No hay que medir al Maestro solamente por sus discípulos más débiles, ni por sus discípulos más tontos. Una medición más justa deberá tener en cuanta también a los más sabios y ala los más fuertes. Lo que el Maestro hizo a favor de la mayoría de ellos lo hizo a pesar de ellos mismos, pues lo egos, con demasiada frecuencia, frustraron o retorcieron la influencia del Maestro. No obstante, esa influencia es allí inevitable e ineludible, y dentro de veinte o treinta años lo seguirá siendo todavía, aguardando que la resistencia del ego pierda consistencia.
El buscador que discrimina es el que sólo responde a lo que es sabio, verdadero y excelente en un Maestro, pero lo que es frágil o falible en éste.
Detrás de las frases majestuosas de la mayoría de los Maestros espirituales, al final de una minuciosa investigación que se basa en vivir con ellos o en los hechos históricos de sus vidas, solemos descubrir que se alzan unos pobres mortales frágiles. De ahí que los pocos que llegan a estar a la altura de sus enseñanzas, y no por debajo de éstas, sean los que más descuellen como hombres verdaderamente grandes.
Presentar a ese hombre como perfecto—tal como lo hacen tantos indios—es un engaño. Su consciencia del Yo Superior quizá sea perfecta, pero su conducta como ser humano quizá no lo sea. ¿Existe en algún lugar un hombre perfecto?
Quizá sea sabio, pero todo el tiempo. Porque la historia muestra errores de juicio, acciones impulsivas y otros hechos lamentables, debidos a presiones kármicas, incluso donde menos se los esperaba.
Hay muchos modos de socavar la relación entre el estudiante y el guru: si a éste se lo ubica en un pedestal inalcanzable, si se lo convierte en un dios y se niega que sea humano, o si se cree que el guru es la perfección misma. La posibilidad de perfección en cualquier hombre es una cuestión discutible.
En nuestra época no hay Budas, sólo hay seudos Budas. Afrontemos el hecho reconociendo las limitaciones del hombre y dejemos de engañarnos o de permitir que sean falsaos Maestros los que nos engañen.
Demasiados buscadores crean una aureola sobrenatural alrededor de la personalidad del Maestro. Son demasiados los que la envuelven con una vestidura dramática o romántica. Son demasiados los que tienen exageradas esperanzas desde la primera vez que se encuentran con él. La consecuencia de todo esto, a menudo es una decepción, una desilusión no razonable, con posteridad a un encuentro concreto que constituye la realidad, y pierden por completo su aplomo. Es probable que ver al Maestro muy de cerca no resulte tan notable como verlo desde lejos, a través de románticos larga vista. A la distancia, es fácil admirar y reverenciar a un hombre al que casi convirtieron en una deidad. Pero cuando ese contacto se acerca, también es fácil pasar a la dirección contraria y convertir al Maestro en hombre. No advierten cuán breve es su relación directa con él, cuán pocas son las apariencias que constituyen los datos para que arriben a sus conclusiones y cuanta es la fatuidad de los pigmeos espirituales que creen entender a un titán espiritual. Y juzgan que no es un gigante porque lo que aparentemente encontraron no coincide con la imagen mental que habían concebido acerca de él. Estas tampoco son las únicas razones de esa frustración. Es igualmente importante de que ese encuentro, o el período que le sigue inmediatamente, sea una señal para que una fuerza contraria se oponga. Los espíritus perversos tal vez encuentren su oportunidad precisamente entonces, para descarriarlo, los espíritus traviesos para tratar de confundir su mente y los espíritus mentirosos para hacerle sugestiones falaces. Sus debilidades de carácter y sus juicios defectuosos pueden magnificarse muchísimo e imponerle una estimación absurdamente equivocada acerca del Maestro. Hasta puede sentir un antagonismo personal hacia el Maestro. Desde luego, todo esto es una prueba para él. Si piensa que está juzgando si este hombre es apto para tener semejante Maestro, la vida está juzgando, a su vez, si él es apto para tener semejante Maestro. He aquí entonces algunas respuestas a la pregunta: “Si concedemos que los adeptos tienen derecho a ocultarse de la muchedumbre, ¿por qué parecen ocultarse también de los pocos que los buscan?”. Los adeptos confían en que los individuos que realmente están preparados para ellos los encuentren cuando llegue en tiempo oportuno. Saben que esto sucederá no sólo porque el karma operará directamente y porque el propio Yo Superior impulsará al buscador, sino también porque la Búsqueda misma será regida por leyes que son sabias. Éstas son verdades elevadas y duras. Y son realidades de la vida; no se trata de sueños para aquellos a los que les gusta engañarse. Quién por ésta última razón rechaza tales verdades, lo hace corriendo el riesgo de que un día tenga que soportar un desagradable despertar.
Los discípulos, alabando exageradamente al guru, impiden que el indagador cuidadoso se entere de la Verdad. Con la negativa de los discípulos a ver los hechos evidentes de las flaquezas e imperfecciones humanas del guru, porque la teoría de ellos los compromete a verlo como si fuera Dios, apartan a esa persona que indaga y fortalecen en ella la sensación involuntaria de ser discípulo de alguien es abandonar la búsqueda misma de la Verdad, suponiendo que ése es el motivo para que obren así.
Toda alabanza exagerada tiende a apartar a las mentes frías y claras, y por ello tiende a minimizarse lo que es merecidamente laudable.
¿Por qué tratan, arbitrariamente, de convertir al iluminado en una criatura perfecta y sobrehumana, sin dejar que siga siendo el ser humano que realmente es? ¿Por qué siguen estando sin ver para nada los defectos que tiene y encuentran gárrulas excusas para sus faltas? ¿Ya no le queda bastante genialidad o bastante grandeza como para que sea totalmente digno de nuestra más profunda admiración? ¿Por qué no darle lo que se le debe, sin este acto innecesario de deificación, que meramente degrada hasta el absurdo lo sublime? Esto se debe a que habitan un plano en el cual la emoción cobra altura y el fanatismo se ahonda, donde la discriminación está ausente y la imaginación está presente en demasía. Esto se debe a que no llegaron a poseer actitudes filosóficas, ni las sintieron necesarias.
En Oriente, hay una práctica por demás común: presentar a un guru ante el público lector, de una manera empalagosamente lisonjera. Los adeptos que escriben haciendo de cuenta que su guía espiritual es una persona perfecta, que jamás comete una equivocación y es siempre angelical en todo sentido, no le hacen ningún favor a su guía. Lo despojan de su humildad, y a las demás personas las despojan de la esperanza de alcanzar el estado que aquél alcanzó. Su confiabilidad y competencia, su carácter fidedigno y su santidad como guía, no disminuyen si sus limitaciones y defectos, como ser humano, son reconocidos.
Sus adeptos muestran a estos hombres como si éstos fueran semidioses perfectos, sin saber que al obrar así, causan tanto perjuicio a los hombres mismos como a la causa de la verdad. Y lo que es peor, arrojan confusión en el sendero de todos los aspirantes que se forman ideas equivocadas en cuanto a lo que los aventaja y lo que deben hacer o ser.
La actitud tradicional de un oriental hacia un guru llega a materializarse totalmente de una manera fantástica. Hemos observado a discípulos que bebían agua con la que lavaban los pies del guru y besaban la cola del caballo que el montaba. Ellos son, en parte el resultado de la pobre enseñanza que recibieron. Confunden ser esclavos de un guru con servir a la humanidad.
Desconfío de las leyendas que los discípulos narran sobre la mayoría de los gurúes. ¿Por qué? Porque aquellos cesaron de buscar la Verdad.
Es peligroso, cuando un hombre convierte la creencia en el conocimiento superior de su guía en la virtual omnisciencia de éste.
Luego de documentar todos los méritos y capacidades del hombre iluminado, sus devotos y discípulos incurren fácilmente en exageraciones y olvidan las limitaciones de aquél, o ignoran el simple hecho de que sigue siendo un hombre entre los hombres.
Los discípulos cometen exageraciones respecto del Maestro. Crean una nueva deidad. Si más tarde descubren inevitablemente que tiene defectos menores y comete pequeñas equivocaciones, emocionalmente se derrumban o sufren una crisis nerviosa. ¿Por qué, con todos los logros asombrosos que el Maestro posee, ellos no pueden aceptarlo como un ser humano?
Es inevitable que pidan una atención individual continua ye es inevitable que él no pueda dársela a ellos. La consecuencia de esto es la desilusión, y empezarán a generarse pensamientos negativos.
Lo asocian con la omnipotencia, si no lo hacen con la omnisciencia, pero cuando el tiempo pone de manifiesto la extravagancia y la exageración de sus expectativas idealizadas, la fe cae al suelo y se desinfla.
Casi todo profesional que ayuda íntima o mentalmente a la gente tiene que pasar por ciertas pruebas, tentaciones o ordalías. El psicoanalista, el médico o el docente—cuando se ocupa de un paciente neurótico del sexo opuesto—puede pasar por la misma experiencia que el guía espiritual. Cuando ese paciente es femenino y emocionalmente demasiado afectuoso o físicamente sensual, será natural que se enamore, por un tiempo, del psicoanalista, del médico o del docente. Deliberadamente digo “por un tiempo”, porque a la fase siguiente—que el guía espiritual también conoce a esta tercera fase y la llama “transferencia”.
El mismo discípulo cuyo exagerado entusiasmo le hizo considerar al Maestro como si éste fuera un arcángel, ahora, por un curioso proceso de transformación, ¡lo considera un archidemonio!
El guía se topa con el hecho de que son mayoría los aspirantes que esperan demasiado de él. Aunque al comenzar los prevenga, dan poco crédito a sus palabras o las olvidan pronto. Esperan que use algún truco, cuyo secreto sólo él conoce, para convertirlos rápidamente en místicos iluminados o incluso en adeptos poderosos. Como consecuencia de esto, reaccionan emocionalmente en su contra cuando se desilusionan.
O temprano ese hombre será reducido, por la imagen preconcebida que tienen sobre él, le echan la culpa, en vez de culparse ellos mismos.
Debido a que sus seguidores lo ubican en sus corazones, en ese sitial único y excelso, se causan un daño psíquico real cuando creen necesario derribarlo del sitial.
La primera ilusión que circula es que, por doquier existen algunos hombres perfectos. No sólo no se ha de encontrar perfección absoluta, si no que siquiera existe una perfección moderada entre los más espirituales de los seres humanos. De allí que la atmósfera de idolatría personal no sea sana. Es bueno que el impacto de una personalidad insólitamente sobresaliente produzca una experiencia intelectual o emocional inolvidable. Pero es malo creer que ese hombre es más un dios que un hombre, o inducir a otros a que lo crean, porque eso es una exageración que, al final, sólo podrá inducir como reacción, un desencanto, ya que tarde o temprano ese hombre será reducido, por lo que ulteriormente se conozca, a proporciones humanas. Pedir que un Maestro espiritual o un compañero amado sean perfectos en todos los aspectos es pedir lo que no es posible ni existe. En el caso de quien está en la Búsqueda, es probable que esto tenga por resultado perder la oportunidad misma que aquél está buscando. En el caso de quien ya está unido a un Maestro o a un compañero, es probable que la desviación que se experimente dé por resultado un desencanto y un volver sobre los propios pasos. No los convirtamos en lo que no son. Son humanos y cometen errores; no son dioses.