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sábado, junio 04, 2011

El maestro y el discipulo


 
   Si usted puede encontrar a alguien cuya persona le atraiga muchísimo o cuyas enseñanzas le interesen más que las de otros, o cuyos escritos lo inspiren sobre los escritos de todos los demás hombres, entonces conviértala en su guía espiritual. No tiene que recurrir a ella para pedirle permiso, porque es usted quien tiene que hacer esto en lo íntimo de su vida interior. No depende de que el guía acepte o rechace personalmente la idea en la que usted cree ni en la imagen que usted se formó sobre él, para que esa idea y esa imagen cobre vida y efectividad. Sin embargo, usted formulará esta objeción: ¿Todo ese proceso no es auto—engañoso y no conduce a una alucinación carente de valor? Contestamos que eso podría ser si usted lo emplea mal e interpreta equivocadamente sus resultados, pero no es necesario que sea así, si usted hace funcionar esto acertadamente. Porque la telepatía es un hecho. Su fe en el otro hombre y su recuerdo de éste echan un cable desde el ser interior de usted hacia el de él y a lo largo de aquel correrá de vuelta una respuesta a la actitud que usted tenga.
 
   A quienes tienen un Maestro se les puede recordar que pueden tomar a alguien que les interese o inspire, y que con su propia actitud mental de fe y devoción hacia él, junto con obediencia a las enseñanzas que el hace públicas, es posible obtener de él, telepáticamente, ayuda interior e inspiración. Así crean por sí solos una relación mental que, en esa medida, no difiere de la que surgiría como parte de la relación regular entre Maestro y discípulo. También es preciso  recordarles que incluso que después de un encuentro  físico, en todos los casos sólo solo podría encontrase a un Maestro, cuando ellos sean suficientemente perceptivos para tener la capacidad de captar la presencia mental de él dentro de ellos mismos y cuando estén suficientemente desarrollados, de modo que estén preparados para él. La vía más práctica para la mayoría de los buscadores es dedicarse al trabajo auto—mejoramiento.
 
  ¿Qué esperanza hay para quienes no pueden entrar en el santuario de la mística y quedaron librados al recinto de la religión? ¿Hay que abandonarlos a una fría desesperación o a un duro cinismo? ¿Han de sumirse en las aguas de la perversión moral? No: que tomen la mano de un salvador que crean que llegó a ser adepto en yoga o un sabio en filosofía y haya anunciado su intención de dar su vida para iluminación de la humanidad. Que sea el refugio secreto. Que pidan y merezcan su gracia. La misma ayuda podrá ser utilizada por quienes crean que no podrán realizar el esfuerzo intelectual que la filosofía exige, pero desean trascender la etapa de la mística corriente en la cual ahora descansan.
 
   Los hombres sabios y buenos, que murieron, y dejaron sus ejemplos para que los imiten o sus palabras para que germinen, y todos los hombres que viven y escuchamos o con quienes nos encontramos o acerca de los cuales leemos son, en su totalidad, nuestros guías espirituales. Todos ellos pueden convertirse en nuestros Maestros, si tan sólo los convertimos como tales. ¿Por qué restringirnos entonces a un solo hombre, que tiene un solo punto de vista?
 
   Si no puede tener acceso a la compañía de un Maestro, podrá meditar sobre las biografías de Maestros históricos del pasado. Que introduzca en su pensamiento y en su estudio las situaciones significativas y las actitudes devotas de estas grandes almas para analizar aquéllas e imitar a éstas. Que piense a menudo y largo tiempo sobre el carácter y la conducta de tales almas. Que también lea y relea los mensajes escritos que nos dejaron. De este modo absorberá algo de la calidad de aquéllas.
 
   Son tan pocos los Maestros calificados que, hoy día, la cuestión ya no radica en escoger uno que particular o personalmente atraiga al buscador sino que ¡llegar a encontrar uno!
 
     La búsqueda de un Maestro es a menudo estéril y se malogra. ¿Por qué sucede esto? La respuesta es que, en primer lugar, hoy en día existen pocos Maestros, y en segundo lugar, son pocos los buscadores que están calificados para trabajar con un Maestro.
 
   No es fácil tener acceso a quienes tienen este conocimiento y, aunque se los encuentre, no lo divulgan con facilidad. Ellos son excesivamente pocos.
 
   No se trata sólo de que hay menos Maestros sino que los buscadores más perceptivos se sienten tímidamente inhibidos de acercárseles.
 
   Es una pretensión al mismo tiempo irracional e injusta decir que no se salvará hombre alguno que no se acerque físicamente a un Maestro. Porque pocos hombres pueden encontrar a ese Maestro y, aunque lo encuentren, no siempre podrán conocerlo, salvo a la distancia.
 
   En la antigüedad, había pocos libros que guiaran al estudiante y menos aún eran los libros de los que  éste podía disponer. En consecuencia, la necesidad de contar con un guía vivo era mucho mayor que ahora. En la antigüedad, era incluso difícil encontrar a esos Maestros. “Es raro el Guru que pueda liberar a su discípulo de las aflicciones que agitan su corazón”, dice el Skanda Puranam.
 
   Los hombres de más elevada capacidad intelectual no están necesariamente a la espera de discípulos que acudan a ellos. Saben muy bien que cada hombre, en última instancia, es su propio Maestro.
 
   Si el aspirante tiene bastante suerte como para encontrarse con un hombre o una mujer que, personalmente o mediante sus escritos, represente genuinamente lo verdadero y real, no se hará esfuerzo alguno para influir sobre él. Se lo dejará librado por completo a su propia y libre elección, ya sea que siga a esta luz oculta detrás de un celemín o a cualquier fuego fatuo disfrazado de luz.
 
   Es difícil establecer contacto humano con un Maestro, y es difícil hacer  que éste se interese en las actividades personales de uno.
 
   No es el encuentro real con un Maestro lo que tiene importancia, sino el reconocimiento  de que él es un Maestro.
 
   Están los hombres que llegan como embajadores de los cielos, y los escritos y las artes de los hombres, que llegan como reveladores. Pero, a menos que la reacción incluya el reconocimiento, el contacto es estéril y el encuentro inútil.
 
  ¿Cómo sabrá quien es realmente un Maestro y quien no lo es? A una distancia de un millar de años es fácil hacer una estimación de quienes dejaron el efecto de su grandeza espiritual, una generación tras otra, pero es difícil  medir a los contemporáneos, que tienen la apariencia de los demás mortales comunes y corrientes.
 
   A veces, un aspirante, un candidato, un neófito o un discípulo rechazará la oportunidad del contacto personal con  un Maestro, cuando se presente, porque se siente indigno, avergonzado o incluso culpable. Es un grave error  que rehúse lo que un destino favorable le ofrece de esta manera. Por pecador que sea, también existe el hecho de que anhela elevarse por sobre sus pecados; de lo contrario, no se habría compungido por ellos. Por puro que el Maestro sea, también está el hecho de que no culpa a nadie, no se parta de nadie y extiende su benevolencia a los virtuosos y a los pecadores por igual. En verdad, puede decirse que del Maestro que la ausencia total de orgullo o infatuación genera la ausencia total del pensamiento de que él no es más santo que otro. Debería aprovecharse la posibilidad de encontrarse con él, a pesar de todos los temores personales que se abriguen al respecto o de todos los sentimientos personales sobre nuestra falta de virtud.
 
   En ocasiones, uno cree que no es suficiente digno para lograr contacto con el Maestro espiritual, porque no tiene un “corazón limpio”. Ésta es una actitud mental equivocada. Uno necesita ayuda para lograr que “el corazón” esté “limpio”, no hay nada de malo en buscar esa ayuda.
 
   Usted marchará largo tiempo o visitará muchas ciudades, antes de encontrar a otro iluminado. Por ello, acójalo y enhorabuena piense en él para poder aprovechar este encuentro afortunado.
 
   Se necesita un poco de humildad y más discernimiento para acercarse a un hombre así y pedirle que nos dé el beneficio de su conocimiento, su intuición, su experiencia y su sabiduría, todo lo cual es insólito y extraordinario. 
 
   Si la presencia, el rostro, el porte o la enseñanza de ese hombre ponen de manifiesto en él algo de apariencia divina, no deberíamos vacilar en concederle el beneficio de nuestro reconocimiento como un ser inspirado, aunque queramos otorgarle nada más.
 
   Recuerde que no es probable que un Maestro viva tanto como usted, puesto que tal vez sea un hombre mayor. Por ello, aproveche su presencia lo mejor que pueda. 
 
   Si uno permite que la oportunidad se escape sin aprovecharla, puede ser que no ocurra otra vez.
 
   Él puede asegurarse una ayuda valiosa de diferentes fuentes con las que se encuentre en el camino, pero sobre todo, deberá encontrar al Maestro a quien él pertenece por afinidad interior y en cuya escuela se sienta muy cómodo. Una vez que lo encuentre, debería negarse tenazmente a que lo parten de la órbita del Maestro, pues si permitiera que sucediese esto, perdería años preciosos y tropezaría con sufrimientos innecesarios, sólo para tener que volver finalmente a ése maestro.
 
   Haga lo que hiere, no podrá cambiar permanentemente de Maestros. El guía espiritual que el destino y también la afinidad le asignaron es el que tiene que aceptar al final, si no lo hace al comienzo. E su real Maestro, el único cuya imagen surgirá una y otra vez ante el ojo de su mente, oscureciendo o borrando las imágenes de todos los demás guías hacia los cuales el buscador se volvió en procura de la dirección temporaria que necesitaba.
  
   Entre los mortales vivos, no hay uno solo con él que pueda vincularse así, uno con el que nunca pueda encontrarse físicamente sino quizás a través de una foto, de una obra de arte, de un nombre que alguien pronunció o quizás a través de un párrafo de un escrito que fue publicado. Entre quienes ya no viven corporalmente, pero con los que se estableció el vínculo en nacimientos anteriores, el eco retornará y la idea misma bastará.
 
   Lo que podemos esperar que hoy día encontremos no será más un Maestro para que instruya nuestras mentes, ni un Maestro para que guíe nuestros pasos, sino un inspirador que nos haga arder y nos muestre el mundo como el Yo Superior lo ve. Sólo hay un hombre en todo el mundo que pueda hacer esto a favor de cada buscador. Y sólo ese hombre podrá realizar este milagro.
 
   Es un extraño misterio por qué el destino ha decretado que estos buscadores de Dios tengan que depender de la mente iluminada y del corazón vigoroso de este único hombre para la ayuda que ellos necesitan más que la de cualquier otro hombre. Esto es extraño porque, hasta que lo encuentren, su Búsqueda parece experimentar una gran carencia que los lleva al borde de la angustia.
 
   La atracción que hace que un hombre escoja a alguien como su Maestro y que hace que el Maestro quiera ayudarlo es análoga a la afinidad química. No es deliberada y conscientemente se elijan uno al otro, sino que no pueden dejar de hacerlo.
 
   El Maestro sabe, automática e inmediatamente por su propia intuición, si un aspirante al discipulado se halla en afinidad con él o no, y de ahí que acepte o rechace a ese hombre o no.
 
   Si tiene sensibilidad y elevado anhelo, y si en el otro hombre existe alguna fuerza espiritual real, él sentirá involuntariamente una excitación interna y una expectación intuitiva, casi desde el primer minuto del encuentro de ambos. Pero si también se halla en un grado suficiente de preparación y de anhelo de aprender, y si hay afinidad personal o prenatal con este hombre, ento9nces se sentirá sacudido hasta lo más recóndito de su ser y capturado en su mente y en su corazón. Porque sentirá los comienzos del discipulado.
 
   La posibilidad suprema del aspirante llegó con ese encuentro. Cuando el aspirante entra en contacto con un alma avanzada, su propio anhelo semeja un imán que atrae espontáneamente la fuerza del pensamiento espirituales del otro hombre. De inmediato experimenta una elevación y una iluminación. Este resultado será completísimo si el encuentro es personal. Si es por medio de un libro o de una carta que otro hombre escribió, el resultado está aún presente, pero en un grado más débil.
 
   La búsqueda del Maestro: se asignan grandes posibilidades a la primera entrevista entre el estudiante que busca seriamente ser dirigido, necesita una guía o solicita un consejo, y el iluminado que estableció una comunión con su propio Yo Superior. Estas posibilidades no dependen del tiempo que se insuma ni de lo que se diga durante la conversación real misma. Dependen de la actitud que el estudiante traiga silenciosamente consigo y de la fuerza que el iluminado exprese silenciosamente. En otras palabras, dependen de factores invisibles y telepáticos.
 
   Encontrará a un Maestro sólo cuando finalmente esté preparado para éste. Pero, a fin de estar preparado, el aspirante deberá exigir a su carácter hasta el máximo de sus posibilidades. Una vez hecho esto, entonces, incluso en el primer encuentro, la fuerza de atracción hablará silenciosa aunque elocuentemente. Ambos sabrán, antes de que termine su primer encuentro, que el otro es el correcto; no habrá dudas ni vacilaciones; éstas sólo podrán existir cuando el juicio sea erróneo. El aspirante conocerá una afinidad del alma que no podrá experimentar ni pudo experimentar anteriormente con ningún otro. La afinidad tiene su propio leguaje, el cual es claro. Éste hará qué ambos hombres estén perfectamente cómodos.