Cuando somos capaces de reconocer y perdonar los actos de ignorancia cometidos en el pasado, nos fortalecemos y llegamos incluso a resolver los problemas del presente de manera constructiva.
Padecer sufrimientos contribuye activamente a la elevación de nuestra práctica espiritual, a condición de que seamos capaces de transformar la calamidad y la mala suerte en camino.
Se puede hablar de auténtica amistad cuando ésta reposa sobre un verdadero sentimiento humano, una sensación de proximidad en la cual se afirma un sentido de permanencia y de apego.
Si somos muy pacientes, lo que podríamos considerar normalmente muy doloroso al final no lo parecerá tanto.
Pero sin paciencia hasta la cosa más pequeña se vuelve insoportable. Todo depende de nuestra actitud.
Es necesario ayudar a los demás no solamente mediante nuestras plegarias, sino en nuestra vida cotidiana.
Si nos damos cuenta de que no podemos ayudarles, lo menos que podemos hacer es dejar de hacerles mal.
Consideremos nuestro cuerpo y nuestro espíritu como un laboratorio, emprendamos la investigación minuciosa de nuestro propio funcionamiento mental, y examinemos la posibilidad de aportarnos algunos cambios positivos a nosotros mismos.
Los ideales son muy importantes en la vida.
Sin ellos no podemos actuar. Que los cumplamos o no es algo que no tiene demasiada importancia. Pero debemos intentar aproximarnos a ellos.