El buscador que pasó de un culto a otro durante varios años y no quedó satisfecho, no debería perder más tiempo buscando a Dios a través de esas organizaciones o de esos auto—denominados Maestros, sino que debería empeñarse
A menudo se dice que el Maestro aparecerá cuando el discípulo esté preparado. Sin embargo, no he leído todavía que alguien haya agregado esto:
Que el Maestro puede ser invisible e inaudible, o sea, que esté enteramente dentro de uno.
No digo que encontrar un Maestro internamente de esta manera sea el mejor modo, sino que para muchos buscadores es el único modo. Las limitaciones que tienen se combinan con el destino, para hacer que sea así
Si su destino es hallar un Maestro sólo mentalmente y no corporalmente, y las circunstancias lo obligan a buscar internamente y no externamente, entonces será prudente que acepte la guía y no se rebele contra ésta. Porque descubrirá que, si la sigue con fidelidad, le brindará una vívida presencia interior, una voz que guía donde aparentemente no haya guía alguna.
En muchos asuntos es necesario someterse a lo que el destino quiera. Sin embargo, uno debería saber que mediante la actitud mental correcta, el contacto interior y el encuentro interior, podrá obtener incluso lo que el encuentro y el contacto exteriores no pueden. Después de todo, ese encuentro interior es el real: más real que el físico. No basta haber tenido un solo encuentro físico para contar de allí en adelante con la posibilidad de este contacto.
La verdad es que el Maestro puede aparecer de tres modos: el primero, sólo interiormente durante toda la vida; el segundo, al principio interiormente como “Palabra Interior” y tiempo después como el guía humano físicamente encarnado, y el tercero, como el Maestro encarnado desde el comienzo del mismo. Los dos primeros casos presuponen la práctica de la meditación y su desarrollo hasta cierto grado de intensidad. El tercer caso no necesita meditación anterior, sino requiere una actitud de búsqueda de la Verdad, de ayuda o de guía, desarrollada hasta una intensidad tan grande como en los otros casos.
Toda Búsqueda y hallazgo de instrucción espiritual a través de un Maestro espiritual, por último llega a ser real sólo en un plano mental. Por lo tanto, él debería dirigir sus esfuerzos en esa dirección, con plena fe.
No es necesario exagerar la dificultad que usted menciona en relación con encontrar un Maestro. Usted tiene, en su interior, un rayo de Dios, el cual es su propia alma. Si le reza e implora constantemente en procura de guía, lo conducirá con seguridad hacia todo lo que usted necesite conocer.
Quienes no contaron con la Búsqueda del Yo Superior a través de un Maestro, deberían considerar esto mismo que les faltó, como si fuera una instrucción de la Búsqueda misma. Que recuerden que Dios está presente en todas partes y no hay sitio donde Dios no esté. Dios también está en ellos. Esta presencia inmanente es el Alma. Que se vuelvan directamente hacia ella, sin buscar más a nadie que actúe como intermediario, ni correr más de aquí para allá en busca de éste. En el sitio exacto en el que ahora están es donde precisamente pueden establecer contacto con Dios a través de su propia Alma. Que le recen a ella sola, que mediten en ella y obedezcan lo que su intuición les ordene, y no necesitarán agente humano alguno. A partir de este momento, no deberían buscar a nadie más y deberían seguir el consejo de Buda, en el sentido de depender de sus propias fuerzas. Pero, puesto que éstas están latentes necesitan empeñarse en regímenes físicos que les den las energías necesarias para este gran esfuerzo.
El aura de impersonalidad aparente que rodea al Maestro, a menudo desalienta, inquieta o turba a un estudiante. Esas reacciones son naturales pero también deben ser dominadas, lo cual puede hacerse aprendiendo a reírse de uno mismo y a estar en paz.
No busque la Verdad entre los desequilibrados, los obsesionados por el ego, los insensatos, los histéricos y los insensibles. Búsquela entre los modestos, los serenos, los intuitivos, los que bucean en lo profundo y los que honran cabalmente al Yo Superior.
Muchos se adhieren a una enseñanza imperfecta, semi—competente o semi—satisfactoria, porque no disponen de una mejor.
La instrucción incompetente es indeseable, pero en algunos casos puede ser útil si se la detiene en el punto adecuado.
El estudiante puede tener la certeza de que si en este sendero hay una guía competente, no existen detenciones. Deberá seguir avanzando hasta que llegue a la meta o deberá librarse de su guía.
Un antiguo relato hindú muestra con claridad cuán inútil es ir a pedirle ayuda a un Maestro que sólo tenga conocimiento intelectual de esto (es decir, un conocimiento verbalizado). Había una vez cierto rey que ansiaba obtener la consciencia divina y consiguió la guía de un pundit brahmín. Recibió enseñanza durante dos meses, más descubrió que nada lograba en cuanto a una experiencia directa de la divinidad, por lo que amenazó al brahmín con su regio descontento. El pundit regresó a su casa muy afligido; había hecho todo lo posible y no sabía como contentar al rey. La hija del brahmín que era una muchacha muy inteligente, advirtió la angustia de su padre y le pidió que le contara cuál era la causa. Al día siguiente ella apareció en la corte e informó al rey que podría dilucidar el problema de éste. Luego, le pidió que ordenara a sus soldados que ataran a ambos en columnas separadas. Aquéllos lo hicieron. Entonces la muchacha le dijo: “OH, Rey, líbrame de este cautiverio”. El rey le contestó: “¡Qué dices! Hablas de algo imposible. Yo mismo estoy cautivo ¿y cómo te podría liberar?”. La muchacha le dijo riendo: “OH rey, he aquí la explicación de tu problema. Mi padre es un prisionero de este mundo de ilusión. ¿Cómo podrá liberarte? ¿Cómo podrás tu obtener de él la divinidad?”
Si alguien que presenta una visión del mundo sabe realmente de lo que está hablando, debería haber alguna vitalidad perceptible en su conversación.
Si un Maestro vacía la cartera o la billetera de sus discípulos, tenga la seguridad de que es un falso Maestro. Si les exige servilismo, es muy probable que sea falso Maestro. Si no concuerda con la actitud de alguien, pero tiene un sello de autenticidad, tal vez no sea el particular Maestro con quien esa persona pueda encontrar afinidad.
Una debilidad existente en los que hacen de esto un culto es que persisten en ver a su líder como si éste poseyera cierto carácter y elevada consciencia sustentados en hechos. Hacen de él un súper-hombre que nunca se equivoca o legan a deificarlo como si fuera un dios vivo. Sus virtudes las exageran o las inventan, y consideran que sus palabras más trilladas son oráculos proféticos o epigramas sapienciales. Si no le atribuyen el don de la omnisciencia cósmica y de la presencia total, le asignan algo por el estilo. Como consecuencia, las expectativas de sus devotos, tras remontarse demasiado, deberán caer demasiado bajo cuando la personalidad de ese líder se desinfle y sus defectos queden al descubierto. La inevitable secuela de esto es la desilusión. Sin embargo, puesto que no muchos buscadores espirituales de esta índole, que se unen a organizaciones, poseen las cualidades de la discriminación y la inteligencia, la masa de seguidores de aquel líder se aferra a su ídolo. Un líder honrado y sincero se sentiría alarmado ante ese culto exagerado, y haría todo lo posible para desestimar y poner fina esto. Él sabe que, crear un culto de esa persona en particular, desviará la atención, del apropiado objeto de la devoción.
Hemos visto surgir a numerosos Maestros espirituales en Occidente o llegar hasta aquí desde el Oriente, cada uno de ellos parece encontrar cierta cantidad de adherentes. Estos Maestro y sus enseñanzas son de calidad variable y pueden ser útiles para muchos de los que unen a ellos. Pero es necesidad prevenir de algún modo contra las exageraciones en que tales Maestros incurren acerca de sí mismos o, si no, contra aquéllas en las que sus seguidores incurren. Es fácil embaucar a buscadores que carecen de instrucción y experiencia, postulando la iluminación suprema. Mejor es buscar las señales de humildad e impersonalidad.
La importancia excesiva y la devoción exagerada que se tributa a un guru sólo pueden tener valor en las primeras etapas de la Búsqueda. Entonces, el punto de vista posee tanto ego, que el aspirante no puede sentirse satisfecho a menos que tenga un guru. Pero esta relación es todavía un apego; por lo tanto, más tarde hay que desprenderse de ella.
Esta exagerada idealización del guru, tan generalizada en la India y tan copiada ahora por los buscadores occidentales, podría indicar una etapa elemental.
Tributamos gran reverencia a la persona que es digna de ella—a un santo o un sabio—pero sólo podemos arrodillarnos, en adoración, ante el espíritu eterno. Ningún ser humano tiene derecho a recibir adoración u mucho menos a pedirla; tributarla es idolatría.
Después de todo, él es un ser humano, una persona; no es un semidiós. Adorar al hombre no sólo está fuera de lugar sino que también, en un sentido, es irreverente.
Podemos admirarlo por sus excelentes cualidades, pero eso no significa que estemos de acuerdo con él en todos sus puntos de vista.
Le preguntaron a Gautama: “¡Son tantos los maestros que acuden a nosotros con su doctrina! ¿Quién de ellos está en lo cierto y quién está equivocado?” Y él contestó así: “No deberían aceptar una doctrina porque piensen esto: ‘El nuestro es un maestro al que se le debe gran deferencia’’’.
Una actitud emocional superficial respecto de la Verdad consiste en interesarse menos en el mensaje que en el mensajero, y en las ideas que se enseñan que en su origen humano.
Muchos orientales sufren las malas consecuencias de un respecto exagerado hacia sus guías espirituales, mientras que los europeos y norteamericanos sufren las consecuencias de un respeto insuficiente hacia aquellos.
Los discípulos no necesitan dar rienda suelta a empalagosos panegíricos de su Maestro. Esto no ayuda a nadie, porque suscita extravagantes esperanzas en sus oyentes: hace que sean menos capaces de recibir la verdad y pone en aprietos al Maestro mismo. Necesitan aprender que la grandeza de éste podrá ser apreciada mucho más sinceramente mediante una descripción moderada, y la grandeza de su ser interior podrá ser mejor representada y más fácilmente creída, mediante una exposición digan de la verdad tal cual es. Si los demás sólo pueden ser impresionados con adornos fantasiosos o exageraciones tontas, no están preparados para el Maestro y deberían buscar en otra parte, entre los cultos que complacen a los ingenuos.