Desde que el tiempo es tiempo de un modo u otro seguimos los pasos de alguien, el camino que han trazado otros. Vamos, poco a poco, dándonos cuenta que llega un momento en que ya no vemos los pasos de nadie y sólo vemos nuestras propias pisadas. De un modo u otro "sabemos" que en nuestro interior están las respuestas a nuestras preguntas... Experimentamos. Nos caemos, nos levantamos una y otra vez. Creemos quedarnos sin fuerzas y ya no sabemos a quién pedir ayuda. Estamos solos. Nos decimos: ¡Puedo! Tras un titánico esfuerzo nos levantamos y una sonrisa, ¡por fin!, surge de nuestra alma. Nuestro corazón, ahora, late con intensidad. Hemos comprendido, no con la mente sino con “algo” que nos inunda, que “hemos llegado”.
Mas no es un lugar en lo alto de ninguna montaña, no está en otro continente, ni en el fondo del mar, ni en las estrellas. Es un estado del ser en el que nos sentimos identificados con Todo. Comprendemos todos los pasos dados hasta ahora, de la mano de nuestros padres, en compañía de amigos… Entendemos que hemos pisado tantas y tantas veces estas mismas tierras en otros tiempos ya lejanos, intuidos, olvidados. Todo lo construimos para que este instante llegara. Ya no necesitamos más ídolos de barro, ningún bastón de apoyo.
¿Y, ahora qué? Todo giraba antes a nuestro alrededor, no sólo el Sol, la Luna, sino también el universo entero. Ahora, sabemos, sin necesidad que nadie nos lo diga, que “todos somos el universo”, que cada rincón de él es accesible del mismo modo que nuestro cuerpo físico lo es.
Amamos. Este amor es el que ha obrado el “milagro”. Amamos a quien ahora tendemos nuestras manos, pues ya no esperamos nada, damos. Ésta es toda nuestra sabiduría. Nos hemos desprendido de todo cuanto nos ataba, nos petrificaba, nos mantenía en un temor constante. La confianza, la esperanza, la generosidad, la bondad, nacidas en nuestras entrañas, en el fondo de la tierra, son semillas que abonadas con nuestros actos de miles y miles de años han sabido germinar; brotando, rompiendo ésta, buscan la luz; creciendo y floreciendo. Ahora tenemos una nueva vestidura. Nos sabemos algo más que un cuerpo de carne y hueso: estamos hechos de la misma esencia del sol que nos ilumina cada día.
Amamos. Este amor es el que ha obrado el “milagro”. Amamos a quien ahora tendemos nuestras manos, pues ya no esperamos nada, damos. Ésta es toda nuestra sabiduría. Nos hemos desprendido de todo cuanto nos ataba, nos petrificaba, nos mantenía en un temor constante. La confianza, la esperanza, la generosidad, la bondad, nacidas en nuestras entrañas, en el fondo de la tierra, son semillas que abonadas con nuestros actos de miles y miles de años han sabido germinar; brotando, rompiendo ésta, buscan la luz; creciendo y floreciendo. Ahora tenemos una nueva vestidura. Nos sabemos algo más que un cuerpo de carne y hueso: estamos hechos de la misma esencia del sol que nos ilumina cada día.
Ya no necesitamos una mano a la que asirnos, ni siquiera un dedo que nos señale el camino pues nos hemos convertido en el propio camino. Hemos comprendido que ya no vamos a ninguna parte, que hemos llegado. Y lo importante, ahora, es SER. Y el SER, todo cuando necesita es… ACTUAR. Nos hemos convertido en el tan traído y llevado “Yo Soy”. Comprendemos porque amamos, y porque amamos, actuamos.
“Yo Soy Dios Aquí y Ahora”, ésta es nuestra sabiduría. Nos hemos convertido en sanyasin. Somos nuestros propios maestros. Y, ahora, empezamos a vivir dueños de nuestro destino plenamente conscientes en cualquier tiempo y lugar en que la Vida nos sitúe, pues cualquiera de ellos es la mejor oportunidad de nos damos para seguir evolucionando, conociendo y amándonos.