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sábado, febrero 26, 2011

EL ESTUDIANTE Y EL MAESTRO

 
 
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   Una de las máximas ayudas para convertir nuestros tímidos pensamientos y nuestros temblorosos deseos en actos es la inspiración recibida de una mente superior.
 
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   Los hombres, en su mayoría, necesitan un símbolo que sea el que reciba sus devociones y en el que concentren sus aspiraciones. En suma, consideran que precisan un Líder Espiritual, ya sea histórico o del pasado, contemporáneo y del presente.
 
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   Se dice que la sabiduría llega con la experiencia. Pero los sabios que ofrecen darla, ya sea en persona o a través de sus escritos, pueden ahorrarnos algo del esfuerzo y del sufrimiento que acompañan a la experiencia.
 
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   Cada generación, de nuevo, tiene que encontrar su propio camino a través de estos misterios y hacia estas verdades, no obstante la pesada carga de las constantes doctrinales y revelacionales que ella recibe de todas las generaciones anteriores. Por esta razón, siempre se necesitaron nuevos profetas que proporcionan claves que son antiquísimas
 
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   Necesitamos algo o a alguien que nos aparte del ego y nos impulse hacia el Yo Superior que está detrás de aquél.
 
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   Cuando descubre que todos sus esfuerzos de auto—mejoramiento son movimientos en círculo y que el ego no se propone realmente renunciar a someterse al Yo Superior y, por lo tanto, sólo finge que lo hace, el individuo se da cuenta de que, librado a sí mismo, no podrá lograr una modificación real en su centro interior de gravedad. Necesita ayuda de alguna fuente externa, si ha de librarse de esa situación desesperada.
 
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   Los propósitos de la evolución humana, en todas las épocas de la historia de la humanidad, necesitan a individuos espiritualmente consumados que actúen como guías o maestros. En ningún período se dejó enteramente sin éstos a la raza, por sombrío, salvaje o materialista que ese período haya sido. 
 
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   Mientras el sueño todavía continúa, él no puede dejar de considerar como totalmente reales sus escenas. Pero si alguien hace sonar una campana hasta despertarlo de ese estado de ensoñación entonces verá que tanto las escenas como las figuras eran meras ficciones de su propia imaginación. En un sentido, el maestro de filosofía actúa como esta persona que despertó a quien soñaba, con la salvedad de que esta persona se empeña en procura de una percepción de la vida cotidiana, percepción que es engañada por los sentidos.
 
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   Fijarse un ideal para que él lo alcance, no es suficiente. También necesita la ayuda psicológica y la reeducación mental que puede eliminar lo que en gran medida impide este logro.
 
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   Ningún buscador es tan sabio, está tan informado y es tan perfecto y equilibrado como para que no tenga necesidad de la crítica constructiva y del consejo experto de un verdadero guía espiritual.
 
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   El mundo actual, con sus tensiones y su voracidad, con sus confusiones e injusticias, y con su ignorancia y sus perversidades llegó a tal punto que, si alguien es muy virtuoso y posee una percepción de la divinidad, como la gente necesita de ellos, por ende, precisa de esa persona. Entre nosotros hay demasiado poco de lo primero y apenas algo de lo segundo.
 
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   Un hombre necesita consuelo y apoyo en estos tiempos, más que en los tiempos comunes y corrientes. ¿Dónde podrá encontrarlos mejor? Sometiéndose humildemente a un discipulado intelectual con quienes han sido beneficiados por el poder superior, con la revelación de la existencia de éste. Ese hombre podrá absorber de ellos una certidumbre de que el mundo es gobernado todavía por leyes superiores y su historia, por propósitos superiores. 
 
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    Si alguien sabe lo que yo todavía no conozco y avanzó más en este sendero, entonces está bien que aprenda de él, si el me ha de enseñar.
 
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   Vale pena ser instruido y criticado por un guía calificado que esté vivo. Pero, debido a que hay muy pocos guías de esta índole, muchos buscadores son incapaces de encontrar uno.
 
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  El debería apreciar el valore de encontrar un Maestro a quien valga la pena seguir. A su debido tiempo, la demanda interior de una cosa atraerá el encuentro externo con la otra.
 
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   Ningún maniático puede curarse solo. No osamos dejar el tratamiento de la manía de la humanidad en manos de la humanidad misma. Necesitaos ayuda de quienes estén de cuerdo y sean de afuera. Pero esa ayuda debería darse de manera indirecta y sin obstrucciones.
 
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   Si los ruiseñores más maduros, viejos y experimentados consideran necesario dar lecciones de canto a los más jóvenes, ¿por qué no ha de existir la misma situación entre los humanos?
 
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   La máxima ironía de la existencia del hombre consiste en que, al final, no será salvado de su mezquindad y su miseria por quienes griten con más fuerza, sino por sus congéneres más sosegados y silenciosos. Porque la fuerza y el conocimiento que el hombre obtendrá del Discipulado con ellos será lo que él necesite por sobre todo lo demás: fuerza sobre la bajeza existente en él mismo y conocimiento de la divina—Idea—del Mundo.
 
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   Tan sólo en la cuestión de aprender únicamente a meditar, uno tropezará con toda clase de obstáculos dentro de sí mismo y con dificultades exteriores. Venceremos esto con mucha mayor facilidad y rapidez, si permitimos ser instruidos por un preceptor experto cuya larga experiencia en esta materia y cuyas dotes naturales para guiar a los demás hagan que su consejo sea mentalmente iluminador y prácticamente útil.
 
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   Las lecciones que un principiante aprende  no han de llegarle como caídas del cielo. Tiene que encontrar a un Maestro, aunque sólo sea para que éste le dé la atmósfera correcta y le inculque las ideas correctas.
 
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   Valerse de un Maestro es, primeramente, significativo. Su influencia es un claro auxilio para que nos inclinemos a recorrer el sendero adecuado. En segundo lugar, es protector, pues bajo su guía constante, aprenderemos a precavernos de las trampas.
 
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   El Maestro no solamente es útil para señalar el sendero adecuado que hay que seguir y también para poner al descubierto los errores del discípulo, sino además para darle un impulso en la práctica de la meditación y la fuerza para obtener la concentración que ésta necesita. El impulso es necesario porque, por el prolongado hábito engendrado durante muchas encarnaciones, la mayoría de las personas está desequilibrada. O sea que es muy extrovertida o superactiva con los asuntos externos o vive en un estado de continuo desasosiego mental, por ocuparse demasiado de sus propios pensamientos. La fuerza es necesaria, pues es una tarea extremadamente difícil la de mantener la atención de modo unidireccional y sostenerla durante un lapso determinado. Una vez que se estableció adecuadamente el contacto interior, es muy frecuente que el mero pensar en el Maestro servirá de inspiración para el discípulo y, de esta manera, le dará el impulso y la fuerza necesarios para que intente hacer que la meditación sea más eficaz.
 
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   Otros resultados de asociarse con quien esté espiritualmente adelantado es que incita a un estudiante a que se supere, lo fortalece en su resolución de proseguir la Búsqueda y aviva la chispa de su anhelo en procura de lo Divino.
 
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   En las escuelas yóguicas y sufíes se dice que la compañía de un hombre iluminado tiende a despertar a quienes habitan en la oscuridad, para que busquen la luz, como tiende a acelerar el desarrollo de quienes ya se comprometieron con ésta Búsqueda.
 
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   La ayuda procedente del exterior es útil, cuando llegamos al final de una fase particular y primero tenemos que encontrar y luego iniciar una nueva fase. Lo mismo es verdad cuando llegamos a un lugar difícil en la Búsqueda. Esta ayuda podemos encontrarla en un libro, una disertación, un guru, un encuentro casual o de algún otro modo.
 
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   La ayuda de un Maestro se muestra principalmente —y es mayormente importante— en el rumbo que la mente toma durante la meditación.
 
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   Uno de los principales beneficios de encontrarse con un libro iluminado o con un hombre inspirado es que ese encuentro hace posible pasar más rápidamente de un punto de vista inferior a otro superior. Pone a nuestra disposición verdades que por lo común están demasiado delante de nosotros como para que reparemos en ellas, actuando de esa manera como un telescopio espiritual. También hace que nos enfrentemos con nuestros propios errores de pensamiento y conducta. De otro modo, dar ese paso podría tardar varios años o, a veces, toda una vida. pero sigue siendo sólo una posibilidad. A nosotros nos corresponde reconocer el carácter verdadero de la oportunidad y aferrarla  y aprovecharla del modo más completo. 
 
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      Tal vez él mantenga su búsqueda espiritual sólo en un segundo plano de su mente. Si éste es el caso, necesita un impulso que la acelere. Tal impulso, sólo puede dárselo un Maestro. El imparte el impulso necesario que ayuda al estudiante a hacer realidad sus aspiraciones más excelsas.