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martes, julio 17, 2012

Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quella



Ama Sua (no seas ladrón); Ama Llulla (no seas mentiroso) y Ama Quella (no seas flojo).
Son principios milenarios que sintetizan de manera extraordinaria la moral que todos debemos sostener, reiterados de boca en boca durante siglos por las comunidades andinas y que simbolizan un paradigma para el mundo moderno. Miles de años trasladas de boca en boca rebotan en este siglo XXI lleno de  desidia, avaricia, maldad y egoismo. Como tantas otras enseñanzas no están en el olvido, pero si en el descuido. Todos sabemos esas reglas ancestrales, pero evitamos cumplirlas con el rigor que merecen.

Leyenda fundacional de la civilización incaica
Hace mucho tiempo, Wiracocha, creador de todas las cosas, había castigado a su pueblo dejando ruinas y desolación donde antes reinaba la dicha, florecían las plantas y verdecían los bosques, susurraba el agua en los arroyos y correteaban alegres y jubilosos los animales por el campo.  ¿Qué había provocado tanta ira y cólera en el poderoso Wiracocha?


Supaya, el espíritu del mal, había sembrado vicios, mezquindades y desorden en el corazón de la gente y el padre creador, dolido y desengañado, quiso enviar ese cruel y ejemplar castigo.
Por eso provocó cataclismos. Hizo temblar inclementemente la tierra. Se desbordaron las aguas de lagunas y ríos, llegando hasta los más altos montes de la serranía. Soplaron vientos huracanados.
Cayeron heladas e invadió una implacable sequía por todos los confines.  Los hombres huían aterrorizados.
Los que pudieron salvarse buscaron refugio en las cuevas; perdiendo toda su memoria y todas sus virtudes. Perdieron su sentido de familia y de seres colectivos. Se convirtieron en seres huraños, apartados y agresivos, viviendo como bestias indómitas. El castigo entristeció a Wiracocha, y perduró milenios en los cuales sólo reinó la aridez y el silencio.
Pero un día Inti, el hijo más querido del dios, se aproximó a su padre y le habló de este modo:
– Padre y señor mío. Creador de todo lo creado y por crearse. Corazón bienhechor y magnánimo: éste tu hijo, humillado ante ti y acongojado por lo ocurrido, te suplica que ya se calme tu cólera. No es bueno que los míseros mortales deambulen en la tierra cual fieras abandonadas.
– Dime hijo, ¿he de crear una nueva progenie?
– No es necesario, padre. Permite, más bien, que dos de mis hijos –en realidad lo mejor de mi linaje, que es también tuyo– vayan hasta ellos a educar y enseñar, enderezando aquellos destinos equívocos.
Wiracocha escuchó sereno y dichoso la voz de su hijo y así se expresó:
– Inti, el más amado de mis hijos, desde hoy te llamarás “el generoso e incomparable”. Tus razones conmueven profundamente mi corazón y mi alma. No en vano eres mi predilecto y el más brillante de los seres que he creado. Se cumplirán tus deseos. Que enrumben pues tus hijos a la tierra desolada para adoctrinar a los hombres en el bien, el trabajo y la belleza.
Va entonces el Sol hasta la isla sagrada que flota al centro del lago Titicaca, donde moran purificados sus dos radiantes hijos. Envuelto el sol en llamaradas de luz, rayos y arco iris, y tomando suavemente a sus hijos de los brazos, les dijo:
– Hijos míos: ha llegado la hora que emprendan la misión para la cual están destinados.
– Dinos padre lo que debemos hacer y estaremos listos a emprenderlo, –respondieron ambos.
– Irán y reunirán a los hombres que habitan como animales montaraces por cuevas y malezas. Despertarán su conciencia adormilada y les enseñarán a vivir en comunidades y a ser útiles y dichosos en el trabajo.
– Padre querido –dijo el varón– ¿Y a ti, dónde podremos encontrarte?
– Yo saldré cada día a dar una vuelta por el firmamento para ver las necesidades que en él se ofrecen, a fin de ayudar a solucionarlas. Quiero que ustedes al verme cada mañana me imiten en este ejemplo, comportándose como verdaderos y legítimos hijos míos.
Luego les entregó insignias de realeza, un cetro y una barreta de oro, diciéndoles:
– Donde se hunda esta barreta fundarán una ciudad. Allí construirán mi templo y gobernarán con leyes justas y actitudes honestas. Así darán inicio a un largo linaje y muchos pueblos se sujetarán a su mandato.
Y así como había llegado hasta ellos su padre súbitamente desapareció. Ellos se encontraron, emergiendo de las aguas bamboleantes del lago, una balsa de totora recubierta de oro.
Subieron en ella y se dirigieron en la dirección señalada por el Sol. El varón tenía por nombre Inca Manco Cápac y la mujer Colla Mama Ocllo.
Salieron del lago y caminaron por la tierra devastada con rumbo nordeste.  Y por donde quiera que pasaran probaban a hundir la barra de oro.
Después de recorrer una larga distancia encontraron y entraron a un recinto prodigioso llamado Pacaritambo, que significa lugar donde se amanece. Allí existían las semillas de todas las plantas, el germen de todas las cosas, el espíritu de todos los seres.  Allí descansaron y de allí salieron el último día de su peregrinar por los caminos.
Llegaron en su recorrido a las faldas del cerro Huanacaure en donde el Inca probó hincando la barra de oro.  Y, ni bien la puso en tierra, aquella se hundió con facilidad, desapareciendo de sus manos.
Entonces él dijo a su compañera: Aquí es.  En este valle manda nuestro padre que acampemos y hagamos nuestra morada para cumplir su voluntad. Vamos a convocar y atraer a la gente que anda dispersa para adoctrinarlos y conducirlos al bien que nuestro padre Sol nos manda.
El Inca fue al norte y la Colla al sur.  Y rescatando a los hombres de los montes y la maleza les decían:
– Vengan. Nuestro padre el Sol quiere que vivamos de este modo.
Y les enseñaban principios de conducta, modelos de virtudes y toda labor necesaria para mejorar y dignificarse en la vida.
Viéndolos relucientes, ataviados con los ornamentos que el Sol les había dado y escuchando que sus palabras eran atinadas y armoniosas, los siguieron y obedecieron maravillados.
Manco Cápac dio instrucciones a los hombres acerca de cómo vivir. Enseñó a cultivar la tierra, a sembrar las plantas, a fabricar arados y demás instrumentos de labranza.
A hacer acequias para aprovechar el agua de los arroyos y también a componer calzado; amonestándoles siempre a que fuesen buenos.
Mama Ocllo se dedicó a enseñar a las mujeres los oficios propios de ellas. A cómo trasquilar animales y escarmenar, hilar, tejer lana y algodón, haciendo vestidos para sus hijos y demás miembros de la familia. Así mismo, a destetar a los niños y a preparar los  alimentos.
Ambos orientaron a los muchachos, por un lado, a perder el miedo a los fenómenos naturales y, por otro, a fortalecer su carácter, a ser amables y diligentes.
También indicaron cómo debían aumentar los rebaños y pastorearlos en el campo, cómo adornar con flores e hilos de colores en las cabezas de llamas, guanacos y alpacas.
Nos enseñaron a cómo debíamos querernos, protegernos y amarnos estableciendo el ayni que es la reciprocidad; de ser agradecidos, generosos y afectivos para con nuestros hermanos, la vida y la naturaleza.
Manco Cápac, alrededor del templo que alzó para honrar a su padre el Sol, sembró una chacra de maíz, papa, quinua y cañihua cuyas semillas, sacadas de la cueva de Pacaritambo, repartía entre la gente para que las cultive.
Fundó la ciudad del Cuzco, dividiéndola en dos partes:
Hanan Cuzco (parte alta), de cuyo cuidado se encargó él, y Hurin Cuzco (parte baja), cuyo cuidado encargó a Mama Ocllo.
En ella construyeron grandes palacios, acueductos y fuentes. El templo del Sol estaba guarnecido con gruesas planchas de oro. Una población laboriosa se sentía feliz de constituir una extensa y rica nación…
Se estableció la alegría, la felicidad y la fiesta universal y obligatoria en relación al trabajo, los valores y los afectos.
La sabiduría de sus leyes hizo la prosperidad moral y material de sus habitantes.
La clave de su grandeza fueron estos preceptos morales: ama sua, no seas ladrón; ama quella, no seas flojo y ama llulla, no seas mentiroso.  Ser honestos, ser trabajadores, ser veraces.
Sobre esas bases se forjó el gran Imperio del Tahuantinsuyo.