Los animales se quejaban de los humanos:
“Se llevan mi leche”, decía la vaca.
“Se llevan mis huevos”, decía la gallina.
“Se llevan mis carnes”, decía el cerdo.
El único que no se quejaba era el caracol.
Andaba lento bajo su caparazón protegiendo con cuidado su andar.
Y dijo:
“Menos mal que yo llevo bien escondido lo que tengo
y nunca se me lo podrán llevar.
Yo tengo tiempo...
Que no se enteren.