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viernes, febrero 03, 2012

Giordano Bruno. La Filosofía del Héroe





José Carlos Fernández


Todavía hoy, casi 400 años después de su sacrificio en las ho­gueras de la Inquisición, el rostro de Giordano Bruno despierta al alma de su letargo. De tez cobriza por la intemperie y ojos negros enormes, nariz levemente aguileña, boca gran­de de labios finos sobre un mentón firme y cuadrado poblado de una barba que se confunde con los cabe­llos, envuelto en una arrogancia severa y un orgullo desafiante nos mira desde el pasado.

FUENTES DE LA FILOSOFÍA MORAL
Según las tradiciones esotéricas, Giordano Bruno extrajo la esencia de su doctrina de otras fuentes del saber en viajes a Egipto, Persia e India. El “divino impulso” le rela­cionó con los Adeptos, sabios com­pletos, que le transmitirán la Doc­trina Oculta, verdades que permane­cen invariables en el transcurso de los milenios.

ESENCIA DE LA FILOSOFÍA MORAL. FUNDAMENTOS METAFÍSICOS
La esencia de la Filosofía moral es el desenvolvimiento de esa luz interior que irradia del sol intelectual. El Espíritu es perfecto, uno e inmarcesible: no puede, pues, evolucionar. Lo que proporciona la Filosofía moral son escalones por los que desciende la emanación de ese Espíritu. Las virtudes son las formas que genera la luz intelectual para manifestarse. Ser virtuoso en sí no importa (los animales lo son muchas veces más que los hombres) si no es para construir formas que hagan del Alma altar digno de su Dios silencioso.
La obra de Giordano Bruno va siempre dedicada “a los que contem­plan”. A aquellos a los que su luz interior les permite ver en la Naturaleza los reflejos de la Divinidad.

Es una moral heroica, para ac­ceder a la contemplación de las esencias. Nada tiene que ver con las normas morales para acallar al pueb­lo. La moral de Bruno es música, es filosofía, es magia. Todo está en Todo, repite incansablemente Gior­dano Bruno: no podemos separar la verdadera Moral de la verdadera Filosofía. Las “virtudes” que mues­tran personajes vulgares más proce­den del temor que del cielo. La moral que predica Bruno no es un deber, es un privilegio. Su moral nace de la comprensión de la unidad en todas las cosas: de ahí conoce el uno y el número, lo finito y lo infi­nito, el fin y el término de la com­prensión y la sobreabundancia de todas las cosas. El sabio, el ser moral, está capacitado para hacer todo, no sólo en lo universal, sino también en lo particular.

Decir Filosofía moral significa no sólo comprender las leyes que han de regir a los héroes y filósofos, sino a los fundamentos metafísicos. La moral es una consecuencia inme­diata de los mismos.

EL HOMBRE INTERNO
El Alma del hombre es aquella sustancia que es verdaderamente el hombre. Es el numen, el héroe, el demonio, el dios particular, la Inte­ligencia, que mueve y gobierna el cuerpo según la razón, es superior a aquél y no puede estar necesitado ni constreñido por él.

REENCARNACIÓN
Para Giordano Bruno, el alma es inmortal y libre; ella misma se teje, con sus actos y mediante la fatal justicia que todo lo gobierna, los cuerpos que utilizará en sucesivas estancias en la tierra.

DE LAS VIRTUDES
“Los antiguos llamaban Dioses a las virtudes divinas expandidas en las cosas”.
Cornelio Agripa, “Filosofía 0culta”.

Estas divinidades aparecen como Leyes de la Naturaleza en el mundo físico, como virtudes (y sus som­bras) en el mundo moral, matemá­tico o intermedio, y como atribu­tos del Ser o Arquetipos en el mundo divino. La virtud no es, pues, sino la cara, clave o perspectiva moral de estos dioses. Así, los dioses, ilumi­nando las ventanas de la moral, otor­gan vida a las virtudes. Giordano Bruno ora ante ellas como las más excelsas de las divinidades, las des­cribe en forma de símbolos vivos. Dichas imágenes vivas se transfor­man en talismanes que disponen al alma hacia la virtud.

No existe el mal en sí, pues existiendo sería verdadero y habría que identificar Verdad con mal. El mal es una sombra del Bien (Verdad) al reflejarse en el número. El Uno pierde claridad al sumirse en lo múltiple.

Las virtudes y los vicios son las formas primeras de la moralidad, los vicios son sólo sombras. En medio de una noche oscura resplandecen con más belleza las estrellas. Es en medio de los defectos donde la Virtud brilla v demarca el Sendero.

LA FORTALEZA:
(“Constante y fuerte debe ser la Voluntad que administra el Juicio con la Pruden­cia, por la Ley y según la Verdad”), la fortaleza es la fuerza del Espí­ritu por mantenerse en ese justo medio que refleja la Unidad. Es el valor tal y como lo concibe Platón en “La República”; la preservación de las leyes y del criterio de lo que es temible o no, criterio que emana del gobernante.

La fortaleza debe ir precedida de la luz de la inteligencia (o de la razón, en su defecto) para no con­vertirse en estupidez, furia o locura. Es la fuente de la que manan la per­severancia, el celo, la tolerancia, la grandeza de ánimo, la longanimidad.

LA PRUDENCIA:
Es el reflejo de la Providencia desde el mundo celeste, enemiga de la fogosidad y de la inercia y de la estupidez. Es la razón que fluye de lo universal a lo particular: su ins­trumento es la Dialéctica, compa­rando todas las posibilidades de actuación, sumando, anulando o refundiendo ideas y considerando por la Metafísica los universales de todas las cosas que caen dentro del conocimiento humano.

LA PERSEVERANCIA:
Es la fortaleza que se mani­fiesta en la resistencia ante lo que nos aparta de nuestro Ideal. Es la perfección de la constancia. Como una robusta y bien plantada encina a los embates del viento, el héroe tiene fijo el espíritu, el sentido y el intelecto en su elevado propósito.

LA TEMPLANZA:
Del latín “temperare” (combi­nar adecuadamente), madre de la urbanidad porque “a causa de la intemperancia en los afectos sensua­les e intelectuales se disuelven, desor­denan, dispersan y anegan las fami­lias, las repúblicas, las sociedades civiles y el mundo, la templanza es. quien lo reforma todo”.

LA SIMPLICIDAD:
Enemiga de la jactancia y de la disimulación, es la forma que adop­ta la prudencia a fin de evitar la crí­tica, la envidia y las ofensas y para ocultar la verdad.

LA FATIGA Y LA DILIGENCIA:
Giordano las representa por el héroe mitológico Perseo, cogiendo con la mano izquierda el escudo resplandeciente de su fervor y con la derecha la serpentina cabeza de los pensamientos perniciosos, ajus­tados los talares del divino impulso y montando el ligero caballo de la estudiosa perseverancia. Por fatiga y diligencia Bruno no considera el cansancio estéril, sino el esfuerzo de Ser. Es el privilegio del héroe por alcanzar su propio Destino, y así hallarse más cerca de la Divini­dad. “Por ellas Perseo es Perseo y Hércules es Hércules”. “Por ellas se vence toda vigilancia, se trunca toda ocasión adversa, se facilita todo camino y acceso, se arriba a todo puerto, se domeña toda fuer­za y todo plan se consigue”.

VIRTUDES Y POLÍTICA
Las virtudes se hallan en rela­ción íntima, y casi exclusiva, con la Política, con el gobierno de las ciu­dades y las repúblicas. Una virtud o un defecto solo lo es en la medida en que afecta a la tranquilidad y prosperidad del Estado.

EL FILÓSOFO HEROICO
El filósofo heroico pone en la cabeza una fantasía recta, una me­moria retentiva, en los ojos pruden­cia, en la lengua la verdad, en el pecho la sinceridad, en el corazón ordenados afectos, en los hombros paciencia, en las espadas olvido de las ofensas, en el estómago discre­ción, en el vientre sobriedad, en el seno continencia, en las piernas constancia, en las plantas de los pies rectitud, en la mano izquierda el pentateuco de los decretos, en la diestra la razón discursiva, la cien­cia indicativa, la autoridad impera­tiva y el poder ejecutivo.

Comprende, acepta y cumple su destino. Se dice a sí misino: lo que debe ser, será, lo que debía ser, es. Intuye detrás del Destino a la más grande de las Divinidades.

Cuando su majestad se hace presente suscita entre los pechos mortales e inmortales un impulso de reverencia y respeto.

No se considera defensor de la Verdad, que es inmutable y siempre triunfante, sino su heraldo.

Actúa, pero sumido en incesante contemplación. Sus obras dejan hue­llas indelebles en las conciencias, pero parece que no actuase, sino que fuese sólo un instrumento del divino impulso.

En ocasiones se ve poseído por una “santa ira” que favorece la ley, da fuerza a la verdad y al juicio, agu­diza el ingenio y abre el camino a muchas virtudes egregias que no comprenden los ánimos tranquilos. Pero tan pronto ésta alcanza su objetivo, el héroe se sumerge en la tranquilidad del alma, como el ím­petu de un río no se ve frenado sino que alcanza su meta en la ma­jestuosidad serena del mar.