A partir de la disolución de la orden, parece haber datos para poder afirmar que el Temple «resurgió secretamente en el mismo momento de la muerte de Molay», que se eligió un nuevo maestre y que todo siguió su curso, subterráneamente.
En los siglos posteriores, bien es cierto, se crearon órdenes, logias y sociedades secretas relacionadas con otras ya existentes de trayectoria esotérico-mística (rosacruces, gnósticos,cataros) y con la francmasonería, que han recurrido en mayor o menor medida al mito templario, en su denominación, formas, ideales o presupuestos ideológicos y base doctrinal, y que van desde las que se contentan con la simple imitación hasta las que, arrogándose el derecho de ser las auténticas sucesoras de la Orden del Templo de Salomón, resultan en su
trayectoria ideológica completamente opuestas a lo que los historiadores y estudiosos consideran templarismo.
Según parece, el Temple pervivió desde la muerte de Molay hasta el siglo XVIII, aunque como sociedad secreta, pues se conocen los nombres de los grandes maestres. Según M. Druon, los templarios fueron los promotores en Francia de las cofradías, que a su vez dieron origen a la francmasonería. Los cofrades dominaron los secretos de la construcción y edificaron en Tierra Santa las grandes fortalezas mediante el denominado «aparejo de los
cruzados» y en Europa las catedrales góticas, utilizando métodos procedentes de la más remota Antigüedad, que obraban en conocimiento de los templarios, conocedores al parecer de los secretos de la arquitectura funeraria egipcia.
A partir del siglo XVIII y hasta nuestros días surgen, en Europa y Estados Unidos principalmente, diversas órdenes secretas de orientación esotérica y ocultista como las de la Estricta Observancia Templaría (1756) y la de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa (1778), por citar sólo dos en un panorama amplio que no siempre se ciñe a las denominaciones templarías tradicionales. Y en este sentido no está nunca de más recordar la curiosa afirmación de Umberto Eco en su novela El péndulo de Foucault, que sirve tanto de reflexión como de advertencia: «Los templarios andan siempre por en medio».
Sin embargo y tras escudriñar de un modo más atento la trayectoria histórica de la orden y las actitudes de los hermanos, tanto en lo referente a la alta política internacional en la que estuvieron indeleblemente inmersos como a reacciones más discretas y particulares y, por tanto, menos notorias para la generalidad de los investigadores, el historiador no puede por menos de preguntarse: ¿A quién sirve esta Orden? Al papa, es la respuesta más sencilla,
pero no la más completa. Quizá la respuesta deba ser más audaz: Se sirve a sí misma para establecer un nuevo Orden Mundial sincretico en extremo.
Al hacer balance de su actividad en Tierra Santa, de sus supuestos contactos con las religiones de Asia Menor y del próximo Oriente; al observar sus movimientos en pro y en favor del papado y de la Iglesia católica, de su obediencia y resistencia alternativas a los dictados de la Santa Sede; de sus movimientos ondulatorios frente al Imperio, surge de nuevo el interrogante: ¿Qué pretende realmente esta orden?
Desde un punto de vista que abarque esos dos siglos de actuaciones y hechos concatenados y muchas veces contradictorios o incomprensibles, sin relación causa-efecto, sin desarrollo coherente y lógico, y, en otras ocasiones, desde un punto de vista político o social, la orden no parece tener más dueña que ella misma, no da la impresión de seguir los dictados de nadie sino sólo los que establecen sus propios intereses.
¿El santo Padre no colabora? Pues la orden le hace la guerra interna, solapadamente, y apoya o finge situarse del lado del emperador. ¿El Imperio no cede? Pues el Temple saca a relucir su estrechísimo lazo con Roma y su condición de hijo predilecto del santo Padre. Pero los templarios, que saben tantas cosas, saben también que «no se puede servir a dos señores». ¿Entonces a quién sirven?
Son acusados por muchos de estar secretamente del lado de los cataros, pero no participaron para salvarlos de la hoguera —aunque en Provenza y el Languedoc muchos albigenses se refugiaron en los castillos templarios y salvaron sus vidas—. Son acusados de entrar en connivencia con el infiel y practicar en secreto sus ritos y comulgar con la herejía, pero luego su terrible brazo ejecutor aniquila y diezma las tropas sarracenas en Tierra
Santa, se erige en flagelo temible de moros e infieles en España. La orden presume de pobreza y es inmensamente rica. Se vanagloria de su humildad al servicio de la cristiandad y es terriblemente poderosa.
Entonces, ¿por qué cae de un día para otro? ¿Cae porque la han abandonado sus aliados, el papa, el rey de Francia? Una mirada perspicaz basta para comprender enseguida que el papa, el rey de Francia, el emperador nunca fueron, en verdad, sus aliados. Quizá eran, en todo caso, sus enemigos, aunque la orden tuvo siempre la precaución de mantenerlos a raya y no dejar que ese terrible secreto trascendiera a una humanidad como la medieval, necesitada de bálsamos espirituales y grandes verdades humanitarias.
Hemos visto a sus hijos correr de aquí para allá, de Tierra Santa a Inglaterra, de allí a los confines de España o de Hungría. Hemos asistido a sus negociaciones con cabalistas y ashashins, a sus complots con cataros y teutónicos, a su rivalidad —extraña postura para órdenes religiosas que se deben respeto y caridad— con los hermanos del Hospital y con los de otras órdenes. Y sin embargo, da la sensación de que se ha pretendido cambiarlo todo
para que todo quede igual. ¿Acaso, sin que sepamos por qué, esa actividad frenética en la superficie del mundo y de la Europa de Tos siglos XII y XIII no parece ficticia? ¿Acaso no se vislumbra algo más, agazapado debajo de tanto movimiento? Los interrogantes cruciales se agolpan.
Y cuando más encumbrada está, cuando más poder ostenta, se produce algo sorprendente:
los hermanos son perseguidos, detenidos y confinados en fortalezas, interrogados, torturados, conducidos a la hoguera. Y después, nada. Después la orden desaparece aparentemente de la superficie de la Tierra. ¿Qué ha fallado? ¿Por qué ese fracaso, esa caída irremisible y definitiva? ¿Qué poder, qué apoyo ha dejado de su mano a la todopoderosa Orden del Templo de Salomón de Jerusalén?
Ése será siempre el enigma de los templarios que tantos historiadores y eruditos han pretendido descifrar desde que el Temple se convirtió en cenizas y sus hermanos se dispersaron y supuestamente desaparecieron en el anonimato de otras órdenes de menos importancia.
Y pese a todos los esfuerzos realizados, no hay respuestas concretas...pero siento que estan aqui listos a resurguir al eterno llamado :
"Non Nobis Domine, Non Nobis, Sed Nomine Tuo da Gloriam"...