Francisco de Asís es uno de los personajes más célebres de toda la hagiografía cristiana, conocido y admirado en todo el mundo, inclusive en ambientes alejados de la Iglesia católica. En él se han inspirado literatos, artistas, historiadores, políticos y hasta revolucionarios. Se le ha llamado Francisco de Pedro Bernardone, Poverello de Asís, amante y amado de la Dama Pobreza, Santo de la renuncia y cantor de la perfecta alegría. Su adhesión constante a las enseñanzas del Evangelio, a las palabras y a la figura misma de Cristo, hermano entre los hermanos, sufrido entre los sufridos, criatura entre las criaturas que lo aman y lo alaban, o mejor todas las cosas creadas; desde el agua a las plantas, de las estrellas hasta el fuego; de los animales a la tierra y a la misma muerte. Luego la constante fidelidad de Francisco de Asís a la Iglesia, mística esposa de Cristo. Una fidelidad atestiguada por innumerables episodios. Repetidamente el Poverello pidió al Papa la aprobación de su regla, su confirmación y reconfirmación.
Antes de hacer el primer pesebre en la historia cristiana, un pesebre viviente en Greccio, en la Navidad de 1223, pidió y obtuvo la aprobación del Papa para aquella novedad. Por lo demás, al comienzo de su conversión, el Crucifijo de San Damián, que todavía se conserva en Asís, pidió a Francisco restaurar su Iglesia, restaurarla, no criticarla ni combatirla, ni siquiera reformarla. Fue constante en él el sentido de la alegría cristiana. Introducido por primera vez con los compañeros a la presencia de Inocencio III, comenzó a bailar de alegría. En San León, durante una fiesta, predicó diciendo: “Tanto es el bien que espero, que toda pena es amable para mí”. A Fray León le explicó en qué consistía la perfecta alegría: en la tribulación, en la persecución aceptada por amor, y finalmente, en el huerto de San Damián en Asís, enfermo, casi ciego, llagado con los Estigmas, después de una tormentosa noche de insomnio, entonó el cántico de las criaturas, uno de los más elevados himnos de agradecimiento y alabanza.
Desde cuando ante el obispo Guido de Asís devolvió todo a su padre Pedro Bernardone, y elevó la oración “Padre nuestro que estás en el cielo”, se convirtió en el heraldo del gran Rey, y se sentía tal. Decidió vivir evangélicamente en obediencia, sin nada propio y en castidad. Los primeros doce discípulos, en el célebre Capítulo de las Esteras, se convirtieron en 5.000 frailes que envió a misionar por todo el mundo; también él fue como misionero a Tierra Santa. Con el Beato Luquesio dio comienzo a la Tercera Orden de los hermanos y hermanas de la Penitencia. En 1224, en el monte Alvernia, “recibió de Cristo el último sello, que sus miembros llevaron por dos años”: los Estigmas. La tarde del 3 de octubre de 1226, cantando, su alma abandonó la tierra para ir al cielo. Gregorio IX dos años después lo inscribió en el catálogo de los Santos.