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miércoles, octubre 05, 2011

Meditaciones Diarias

 

Cuando estimulamos la compasión en nuestro espíritu y esa idea se vuelve activa, nuestra actitud hacia los demás cambia automáticamente.
Si nos enfrentamos a ellos con compasión, se reduce enseguida su miedo y se crea una atmósfera positiva y amistosa.
Con esta actitud podemos iniciar una relación en la cual nosotros mismos creemos la oportunidad de recibir afecto o una respuesta positiva por parte de los demás.
"El Pequeño Libro de Sabiduría del Dalai Lama"
 

Si la gente experimenta compasión, es algo con lo que pueden contar.
Aunque tengan problemas materiales, siempre les queda algo para compartir con sus compañeros.
La economía mundial siempre es muy frágil, y todos estamos sometidos a numerosos reveses de la fortuna, pero una actitud compasiva es algo que uno siempre lleva consigo
.

Nuestra tendencia natural nos lleva a menudo a remitir a los otros, o a factores externos, la responsabilidad de nuestros problemas.
Además, con frecuencia buscamos una causa única, e intentamos exonerarnos de toda responsabilidad.
Parece que siempre que están implicadas unas emociones intensas, surge la disparidad entre lo que parecen las cosas y lo que son en verdad.

Para un practicante espiritual, los enemigos juegan un papel crucial.
Desde mi punto de vista, la compasión es la esencia de la vida espiritual.
Con el fin de vernos plenamente recompensados por la práctica del amor y la compasión, resulta indispensable el entrenamiento en la paciencia y la tolerancia.
No hay valor semejante al de la paciencia, del mismo modo que no hay miseria mayor que el odio.
Por tanto, debemos emplear todos nuestros esfuerzos en no nutrir el odio hacia  nuestro enemigo, y en cambio reforzar nuestra práctica de la paciencia y la tolerancia

Nuestra tendencia a vernos atraídos por los extremos a menudo se ve nutrida por un sentimiento subyacente de descontento.
Desde luego, puede haber otros factores. Es importante comprender que aunque tal actitud pueda parecer en un primer momento atractiva o excitante, en realidad es dañina. Los ejemplos que lo demuestran son numerosos.
Si examinamos esas situaciones, veremos que las consecuencias de tales comportamientos, en suma, no suponen más que sufrimientos para nosotros.

Sea cual sea el comportamiento que adoptemos para cambiar, sean cuales sean el objetivo particular o la acción hacia las cuales se dirijan nuestros esfuerzos, debemos empezar por desarrollar una fuerte voluntad de conseguirlo.
Para eso nos hace falta generar un gran entusiasmo. El "sentido de urgencia" es un factor clave. Es un elemento determinante, y muy poderoso, que puede ayudarnos a superar los problemas.

El punto principal es que la gente haga un esfuerzo sincero por desarrollar su capacidad en materia de compasión.
El grado en el que sean realmente capaces de dar pruebas dependerá de numerosos factores. Si realmente hacen todo lo posible por ser más amables, y hacer del mundo un lugar "mejor", entonces, cada noche, podrán decirse: "Al menos he hecho todo lo que he podido".

En los textos de Buda encontramos una discusión sobre el carácter precioso de la existencia humana para desarrollar la confianza y el entusiasmo.
En ellos se trata de todas las posibles mentiras que albergamos en nuestro interior, del sentido que puede tener todo, de los beneficios y las ventajas de tener forma humana, etc.
Estas conversaciones están ahí para inculcarnos el sentido de la confianza y del valor, y persuadirnos de que nos decidamos a utilizar nuestro cuerpo en un sentido positivo.

Mediante un esfuerzo continuo podemos superar todas las formas de condicionamiento negativo y provocar cambios positivos en nuestras vidas.
Pero aún así, hay que darse cuenta de que el cambio auténtico no sobreviene en el espacio de una noche.

No deberíamos perder de vista jamás la importancia de tener una actitud realista cuando avanzamos hacia nuestro objetivo último.
Reconozcamos las dificultades inherentes a nuestra trayectoria. Admitamos el hecho de que puede costar tiempo, y exigir un esfuerzo constante.
Resulta esencial hacer una distinción muy clara en nuestro espíritu entre nuestros ideales y los criterios a partir de los cuales juzgamos nuestros progresos.