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miércoles, diciembre 21, 2011

Historias Zen


Había en China dos grandes ciudades: Tchin y Tchan unidas por un magnífico canal. El emperador juzgó oportuno echar en él enormes pedazos de piedra para ponerlo fuera de servicio.

Al ver esto, Kouang, su primer mandarín, le dijo: --Hijo del cielo, cometéis una falta.

Y el emperador le contestó: —Kouang, dices una barbaridad.

Por supuesto que no refiero más que la sustancia de la conversación.

Al cabo de tres lunas, el celeste emperador hizo venir al mandarín, y le dijo:
—Kouang, mira.

Y Kouang abrió los ojos y miró. Y vio a cierta distancia del canal una multitud de hombres trabajando. Unos sacaban escombros y otros hacían terraplenes; estos nivelaban, aquellos empedraban; y el mandarín, que era muy instruido, dijo para sí: están haciendo un camino.

Al cabo de otras tres lunas, el emperador llamó a Kouang y le dijo:

—Mira

Y Kouang miró que estaba hecho el camino; y observó que en él se construían de trecho en trecho grande posadas. Un enjambre de caminantes, carros y palanquines iban y venían, e innumerables chinos, abrumados por la fatiga, llevaban y traían pesados fardos de Tchin a Tchan y de Tchan a Tchin. Y Kouang dijo para sí: la destrucción del canal es la que ha dado trabajo a estas pobres gentes. Pero no se le ocurrió la idea de que este trabajo se dedicaba antes a otros empleos.

Pasaron tres lunas, y el emperador dijo a Kouang.
—Mira

Y Kouang miró.
Y vio que las posadas estaban llenas de viajeros; y que como los viajeros tenían hambre, alrededor de aquellas se habían agrupado establecimientos de carniceros, panaderos, cocineros y vendedores de nidos de golondrinas; y como estos honrados artesanos no podían andar desnudos, se habían también establecido allí sastres, zapateros, vendedores de paraguas y abanicos; y como ni aún en el celeste imperio se duerme al claro de la luna, había también allí carpinteros, albañiles y pizarreros. Vinieron después empleados de policía, jueces, sabios; en una palabra, se formó una ciudad con sus arrabales alrededor de cada posada.

Y el emperador dijo a Kouang:

—¿Que te parece?

Y Kouang respondió:

—No hubiera creído nunca que la destrucción de un canal pudiese crear tanto trabajo para el pueblo.

Porque no se le ocurrió que aquel no era trabajo creado, sino aplicado a otro objeto, ni que los viajeros comían cuando pasaban sobre el canal, del mismo modo que cuando se vieron obligados a ir por el camino.

Al cabo de tiempo, y con grande admiración de los chinos, el emperador murió, y el hijo del cielo fue sepultado en la tierra.

Su sucesor llamó a Kouang y le dijo:

—Haz limpiar el canal.

Y Kouang dijo al nuevo emperador:

—Hijo del cielo, cometéis una falta.

Y el emperador respondió:

—Kouang dices una barbaridad.

Pero Kouand insistió y dijo:

—Señor, ¿Cuál es su objeto?

—Mi objeto, dijo el emperador, es facilitar la circulación de los hombres y de las cosas entre Tchin y Tchan; hacer el transporte menos dispendioso, a fin de que el pueblo obtenga más baratos el te y los vestidos.

Pero Kouang estaba bien preparado. había recibido la víspera algunos números del Monitor industrial, periódico chino. Como sabía bien su lección, pidió permiso para contestar y habiéndole obtenido, después de haber tocado nueve veces el suelo con la frente, dijo:

—Señor: aspiráis a reducir por la facilidad del transporte el precio de los objetos de consumo, para ponerlos al alcance del pueblo, y para ello principiáis por hacerle perder todo el trabajo que había hecho nacer la supresión del canal. Señor, en economía política la baraturaabsoluta...

El emperador:— Creo que hablas de memoria.

Kouang:— Es cierto, me será más cómodo leer.

Y habiendo desdoblado el Espíritu público, leyó: “En economía política la baratura absoluta de los objetos de consumo no es más que una cuestión secundaria. La dificultad está en el equilibrio entre el precio del trabajo y el de los objetos necesarios a la vida. La abundancia del trabajo es la riqueza de las naciones, y el mejor sistema económico es el que les proporciona la mayor suma posible de trabajo. No preguntéis si vale más pagar 4 u 8 caches por una taza de té, 5 o 10 tales por una camisa; esas son puerilidades indignas de un espíritu serio. Nadie niega su proposición. La cuestión es saber si es mejor pagar un objeto más caro y tener por la abundancia y por el precio del trabajo más facilidad de adquirirlo; o bien si vale más empobrecer los gérmenes del trabajo, disminuir las masas de la producción nacional, transportar por caminos en actual servicio los objetos de consumo a un precio menor; es cierto, pero quitando al mismo tiempo a una parte de nuestros trabajadores la posibilidad de comprarlos, aún a esos precios disminuidos.”

No estando todavía bien convencido el emperador, Kouang le dijo: —Señor, dignaos esperar; puedo también citar al Monitor industrial.

Pero el emperador dijo:
—No necesito de los diarios chinos para saber que el crear obstáculos es llamar el trabajo de ese lado; pero esta no es mi misión. Ve, limpia el canal; después reformaremos la aduana.

Y Kouang se fue mesándose la barba y exclamando:
—¡Oh Fó! ¡oh Pé! ¡oh Lí! y todos los dioses monosílabos y circunflejos de Cathay; tened piedad de su pueblo, porque nos ha venido unemperador de la escuela inglesa, y comprendo muy bien que antes de poco tiempo careceremos de todo, porque no tendremos ya necesidad de hacer nada.